lunes, 27 de diciembre de 2010

Bangkok

No me lo explico. De verdad que no me lo explico. Puedo comprender que haya gente resignada por la falta de recursos, por las inclemencias del universo en el que se mueve (sentimentales, climatológicas o las que sean) o por un destino inmerecido. Pero no puedo explicarme que se tenga tanto, tan hermoso, que se puedan hacer las cosas bien y aún así se haga todo tan mal. Porque Bangkok está simple y llanamente mal hecha. Bangkok es el caos. No va Tailandia por el camino de dejarme un buen recuerdo. Salí espantado del gran prostíbulo que es Phuket y me marcho indignado del agujero caótico que es Bangkok.

Lo primero que uno ve cuando entra en esta ciudad por tren son kilómetros y kilómetros de chabolas. A centímetros de las vías. El tren, que va inexplicablemente despacio, se va parando en estaciones en las que nadie que quiera conservar su epidermis intacta se bajaría jamás. Después de unos 40 minutos de miseria, por la ventana se empieza a distinguir una ciudad, con sus rascacielos al fondo, sus barrios residenciales… y uno piensa que ya va llegando a algo soportable. Pero no lo es.

Moverse por Bangkok es desagradable. Primero y principal, porque es una ciudad descomunal, y esas dos pagodas que parecen tan cercanas en el mapa están en realidad separadas por 5 kilómetros. Si lo quieres hacer caminando, tienes que ir dentro de una nube de contaminación que se puede tocar, en compañía de timadores de todo tipo, puestos de venta ambulantes (de comida, flores, libros,relojes, todo, absolutamente todo) que emanan olores nauseabundos… y suciedad, suciedad por todas partes que transmiten la misma sensación de dejadez exasperante que tuve en Patong. Si no quieres andar, la alternativa supone a)coger un tuk-tuk -una especie de triciclo-taxi-, que invariablemente no te va a llevar donde tú le ordenes, sino a las tiendas que le pagan una comisión para que lleve turistas; b)coger un taxi cuyo chofer te va a jurar y perjurar que el templo que quieres visitar ha sido destruido por un ataque alienígena y que te va a llevar a un lugar mucho mejor… que es una tienda donde le dan comisión por llevar turistas; o c)coger un autobús público con suelos de madera que tardará una hora de reloj en hacer esos 5 kilómetros. Si caminas, te enfrentas a un pasotismo intolerable, si te llevan, te enfrentas a la miseria humana. Porque en este lugar a uno intentan estafarle de manera continua. Parece ser que el hecho de que tengas piel blanca conlleva que tu billetera rebosa dólares… Así, en la cuenta de los restaurantes, en tiendas, en ventas de billetes, en todos sitios, hay misteriosos, ligeros e inexplicables errores que favorecen siempre al sonriente tailandés. A mí, sinceramente, el hecho de tener que estar continuamente defendiéndome me quita las ganas de conocer nada.

Lo más fascinante es que hay gente que se siente atraída por esto. Hay miles y miles de occidentales paseando por las peores calles de Bangkok, las más abarrotadas, con sonrisas en la cara, sentados en terrazas de bares, disfrutando del espectáculo. Hay quien vuelve a esta ciudad año tras año, verano tras verano… a moverse entre inmundicia, estafa y dejadez. Para mí, un misterio aún mayor que la inexplicable resignación del pueblo tailandés.

Tailandia es un país rico, además de ser el más importante e influyente de esta parte del mundo. Tienen un legado histórico impresionante. Estos días en Bangkok he visto algunos de las creaciones humanas más hermosas de mi vida. Informándome últimamente sé que no tienen precisamente la clase política más honrada del planeta, ni la más estable. Estoy convencido de que aquí están robando todo lo que pueden. Pero aún así me es inexplicable que nadie, ni gobernante ni ciudadano, tenga el mínimo interés en cumplir las mínimas normas higiénicas y de respeto. Aunque sea por el turismo del que viven. Tienen unos jardines fantásticamente cuidados, en los que pasean las ratas esperando que tires la comida que te sobra. Parques espectaculares a la orilla del río, donde no se puede respirar por el olor fatal que desprende algo/alguien que se pudre. Y todos, locales y visitantes, lo aceptan e incluso lo celebran…

Creo firmemente que Bangkok es un ejemplo de fracaso de la “civilización”. Miles de calles desordenadas, sucias y bloqueadas, un transporte público caótico e inútil, inmundicia allí por donde andas , una falta total de educación y respeto… y mucha, demasiada gente en todos sitios. Y a nadie, absolutamente a nadie, le importa nada un bledo. Tengo que volver allí en marzo para volver a Europa. Ojalá no tuviese que hacerlo.

Malasia

Para ser sincero, nunca en mi vida me había interesado lo más mínimo por Malasia. Las Petronas y una carrera de fórmula 1 de las que no se ve porque siempre cae de madrugada es todo lo que sabía de este país. Honestamente, ni siquiera era capaz de situarlo en un mapa… Tenía la peregrina idea de que Malasia era una isla (!). Era uno de esos países que están porque tienen que estar. Ésos a los que uno jamás piensa que pueda llegar a ir… en la lista con Ecuador, Benín, Bielorrusia, Tajikistán u otros muchos más. Seguro que son lugares fascinantes, pero jamás llamaron mi atención.

A Malasia vinimos “obligados”. Cuando planificamos este viaje descubrimos que teníamos un problema para cuadrar todos los visados que sólo se podía solucionar saliendo de Tailandia en avión a un país que no solicitase visado para entrar. Y el vuelo más económico que cumpliese las condiciones iba de Phuket a Kuala Lumpur. De nuevo, pensando en aquello de “ya que andamos por aquí…”, decidimos quedarnos un tiempito por Malasia. Visitamos (obviamente) Kuala Lumpur, Melaca, al sur, y Georgetown, en la isla de Penang, al norte del país.

¿Cómo es Malasia? La verdad es que no es fácil responder a esta pregunta. Malasia tiene influencias de todos lados. Por aquí estuvieron los chinos, los indonesios, los tailandeses, los portugueses, los holandeses y los ingleses. Para completar el cóctel, la religión “oficial” del país es la musulmana. Cada uno ha dejado lo suyo, dando lugar a una hermosa y fascinante mezcla que se puede observar en todos los niveles. Se puede estar visitando una pagoda mientras se escuchan los cantos del minarete de la mezquita que está 20 metros más abajo en la calle. Hay lugares en los que a uno le parece estar paseando por una calle de Almendralejo con altares budistas en la puerta de cada casa… Puedes estar cenando un plato indio rodeado de chinos y un plato chino rodeado de musulmanes. Y, desde luego, no es posible describir al “malayo tipo”… hay indios, chinos y moros y todas las combinaciones posibles entre ellos.

Kuala Lumpur es una ciudad espectacular. No esperaba encontrarme un lugar tan avanzado, dada su situación geográfica. Para mi grata sorpresa, tiene una fantástica red de transportes, tanto urbanos como entre las ciudades. No demasiado sucia (que no es poco para el Sudeste Asiático), dinámica, con mucha mucha vida. Uno siente un poco de orden dentro del caos que parece reinar sobre todo en esta parte del planeta, así que al visitante le es todo más fácil. Esta ciudad parece haber encontrado la manera de integrar no sólo a razas muy distintas (que tomen nota muchos países de qué es integración real) sino un pasado muy rico con un futuro que parece engullirlo todo. En cierto modo, por su capacidad de hacerle a uno sentir bien en medio del desconcierto, Kuala Lumpur podría pasar por una ciudad latina… y creo que eso hay que agradecérselo a los moros.

Melaca y Georgetown son otro tema. Ciudades históricas,mucho más pequeñas, muy distintas entre sí. Melaca ha quedado como una ciudad museo, repleta de casas coloniales europeas y un estupendo mejunje de religiones, olores y sabores. No pudimos disfrutarla como nos hubiese gustado, ya que es la ciudad predilecta de las gentes de Singapur (¿cómo es el gentilicio de Singapur?) para pasar el fin de semana y nosotros llegamos allí un viernes. Y moverse entre una masa de asiáticos no es, digámoslo así, llevadero… En Georgetown se empieza a notar más la influencia tailandesa y todo empieza a ser menos agradable, menos cuidado y menos limpio.

Lo poquito que he conocido de este país me ha dejado con ganas de más. Aseguran que tiene un patrimonio natural espectacular y unas playas fantásticas. Por desgracia, no nos podemos quedar. Hay mucho todavía por recorrer, nos espera Bangkok y después Camboya, Vietnam, Laos... En cualquier caso, este poquito que he conocido me ha servido para romper una listita que tenía y pensar que, por qué no, quizá pase las Navidades que viene en Quito.

Nan Pa Tong, Tailandia

La ciudad de Pa Tong, en la isla de Phuket, al sur de Tailandia, ha sido nuestro primer contacto con el Sudeste Asiático. Para ser sinceros y directos, tengo que decir que la experiencia ha sido terrible. Hemos pasado seis días en esta ciudad, y en los tres últimos sólo teníamos ganas de estar en la habitación del hotel, que en mi opinión es lo peor que le puede pasar a uno cuando está al otro lado del planeta, y más siendo como era nuestro económico hotel...

Tiene Pa Tong fama por su playa. Dicha playa tiene aguas transparentes y templadas, arena blanca y vegetación exuberante… además de unos dos millones de tumbonas que llegan prácticamente hasta la misma orilla. Puede uno probar a darse un garbeo por el paseo marítimo, si está dispuesto a soportar que de manera continua le anden asaltando para ofrecerle taxi, tuk-tuk (especie de furgoneta abierta con sofás), comida, flautas de pan, y todo, TODO, lo que se puede falsificar, desde DVDs a cinturones.

La ciudad de Pa Tong huele mal, está sucia, es ruidosa, es caótica… En este lugar parece que los edificios, las calles, los postes eléctricos, los semáforos, todo, se ha dejado a medio hacer. Esto podría llegar a resultar atractivo, por aquello de la diferencia. En este caso, no. En este caso da una sensación de dejadez, de resignación, terribles.

Pero esto no es lo peor. Pa Tong es un macroprostíbulo. No da uno dos pasos sin que una tropa de señoritas sobremaquilladas le griten al oído “MASSAAAAAAAAAAAAAAGE” (a pronunciar con voz gangosa y la segunda a sí, así de larga). Son cientos, miles, a cualquier hora del día. Lo que quiere decir que hay cientos, miles de occidentales (ni por asomo un tailandés medio puede pagar por una hora de massaaaaaaaaaaaaage) que hacen uso de sus servicios. Y los hay. Se ven y son fáciles de detectar. La mayoría pasados los 50, también los hay jovencitos, el 95% gordos. Andan muy gallardos, con mirada satisfecha, los reyes del mambo. Resulta ridículo presenciar la ceremonia de cortejo entre uno de estos personajes y una prostituta, consistente en intercambio de miradas y sonrisas, un sí pero no… valiente cobarde. Los más osados van por la calle cogiditos de la mano con su pareja de cópula. Un viejo baboso con una señorita de compañía tailandesa veinteañera… Y entonces van más gallardos, y su mirada es más satisfecha todavía. Pero por favor… ¿alguien ha visto a un anciano orgulloso de la mano de una meretriz por el centro de Madrid, de París o de Mejorada del Campo? Hay algo tan perverso, tan ridículo detrás de todo ello que uno no llega a explicarse qué es lo que anda buscando esta gente (sí, aparte de eso). Y a nadie, nadie, ni local ni extranjero, parece alterarle lo más mínimo. Lo dicho, dejadez, resignación, degradación…

Huyendo de este espectáculo denigrante pasamos un día en Phuket Town, capital de la isla y ciudad más importante de la misma. Si bien la cantidad de masajistas era mucho menor, el hedor y el caos no. Hay por lo menos en esta ciudad unos cuantos templos budistas y chinos antiguos que hacen pensar que hubo un tiempo en el que esta gente andaba pensando en algo más que masajes y Lacoste falsificados.

Pero no todo es malo en esta isla. La comida es deliciosa. Si se huye un poco del circuito occidental y uno se adentra en las costumbres locales se come muy bien y muy barato. Es verdad que hay que comer sin pensar en las condiciones higiénicas, pero compensa. En puestos callejeros, en cocinas montadas sobre sidecares, esta gente hace auténticas maravillas con fideos, tallarines, arroz o con simple pollo frito.

En fin. Este lugar me deja una sensación de lástima y miedo. Lástima por decir que lo mejor que me ha podido pasar en Pa Tong es haber cogido el avión que me sacó de allí. Lástima por esta gente, que parece resignada a aceptar como normal lo que no lo es. Lástima y asco por mis compatriotas europeos, fantástico ejemplo de la cuna de la civilización occidental… Y miedo, mucho miedo a que todo el Sudeste Asiático sea así. Si lo es, respiraré, miraré al cielo y, al menos, comeré bien.

Vanuatu, made in China

La visita al consulado de Vanuatu en Sydney ha sido una de las experiencias más surrealistas que he vivido en los últimos tiempos. Llegamos allí un sábado por la tarde para que Paula se hiciera el visado para pasar una semanita en ese paradisíaco país. Llevábamos una cajita de bombones, porque como somos gente civilizada sabemos que lo de trabajar un fin de semana no es agradable, y queríamos recompensar al cónsul por su esfuerzo extra.

El consulado se encuentra en un barrio residencial, y es un chalet de dos pisos distinguible de los demás porque en su jardín hay una bandera de Vanuatu. Antes de que pudiéramos acercarnos a llamar a la puerta vimos que salía una señora china con dos perros enanos, alteradísimos, que no paraban de ladrar con esos ladridos agudos enervantes que tienen los perros enanos alteradísimos. Debo confesar que sentí cierta satisfacción interna al comprobar que los ladridos que oía al otro lado del teléfono en su día se correspondían con el tipo de chucho que había imaginado. El caso es que, un poco extrañados por ver salir a una china del consulado de Vanuatu, nos acercamos a consultar a esta buena señora. Le dijimos que teníamos una cita con el Sr Cónsul, Mr William Longwah, para tramitar unos documentos. Su respuesta, la mar de diplomática, fue el inicio, de, como ya he dicho, una hora surrealista. “Cuando acaben de cagar los perros”, vino a decir. Afirmaciones de este tipo no dan lugar a la negociación, así que nos resignamos a esperar a que esas ratitas melenudas hicieran sus diplomáticas cacas antes de entrar en el consulado.

Una vez satisfechos los animalitos demoníacos, esta señora nos invitó a pasar a una sala enorme, con una mesa larga en medio, unos sofás pegados a las paredes, al lado de una televisión, y una gran cocina al fondo. De esta habitación salían unas escaleras hacia el piso de arriba. Al entrar, la china desapareció, dejándonos de pie ahí en medio sin saber muy bien qué hacer. En la mesa estaba sentado un hombre con aspecto aborigen dándose un festín con un pollo asado que nos dedicó la primera de las múltiples sonrisas que nos iba a regalar durante el rato que estuvimos allí. Mientras comía disfrutaba de un documental sobre hombres Cromagnon, a todo volumen, en la televisión. En uno de los sofás había otro hombre de aspecto aborigen, ahora puedo asegurar que de Vanuatu, al lado de dos maletas enormes. Éste no nos sonrió ni miraba a la tele. Estaba muy concentrado en algún punto de la pared como para hacer caso al universo circundante. Debimos pasar un par de minutos ahí de pie cuando comenzó a sonar el teléfono. Por las escaleras apareció un chino bajito, canoso y calvo, con una gran barriga y unas piernas delgaditas, vestido con un bañador/calzoncillo azul y una camisa hawaiana de manga corta. Este buen señor, que supongo era William Longwah, podía estar perfectamente asando patos en Shanghai. Tras colgar el teléfono nos invitó a sentarnos en los sofás, y tras intercambiar unas palabras en francés con el hombre que se estaba dando el homenaje, desapareció escaleras arriba. Estuvimos sentados un cuarto de hora, entre el hombre concentrado en la nada y el glotón risueño. Tuvimos tiempo de sobra para estudiar la decoración de la casa, en la que destacaban el papel pintado con flores, un barco en miniatura de tamaño descomunal en increíble equilibrio sobre la televisión, y una estantería con montones y montones de conchas marinas. Pensamos que se habían olvidado de nosotros cuando por la puerta de la calle apareció otro chino, también en bañador, jovencito éste, que se dirigió a nosotros con muy poca educación. Le explicamos que queríamos hacer un visado ya que por correo no nos lo habían podido hacer. Tras mirar el reloj, dijo: “es tarde”. Eran las tres. Inmediatamente después desapareció por la escalera con los papeles de Paula y nos dejó, de nuevo, ante las inquietantes sonrisas del amigo vanuatuense, que alternaba su atención entre el pollo, los cromagnones y nosotros.

Volvió tras unos minutos, visado en mano, como quien acaba de ponerse en paz con su colon. Durante el tiempo que estuvimos esperando, una mujer apareció de la nada y se puso a conversar con el amigo comilón en una lengua ininteligible. Tengo la seguridad de que hablaban de nosotros (todo el mundo ha pasado alguna situación similar), y debíamos resultarles realmente cómicos porque en cierto momento ambos estallaron en una sonora y larga carcajada. El chino joven, secretario, hijo o sobrino del cónsul, nos invitó con bastantes malos modos a abandonar la casa-consulado. Aún hoy recuerdo la sensación al encontrarme al otro lado de la puerta de no tener muy claro nada de lo que había sucedido. Eso sí, los bombones estaban deliciosos.

Todavía no sé si Vanuatu pertenece a los chinos o si fuimos partícipes de un elaborado y fantástico timo. Sí sé, porque también la recuerdo perfectamente, la cara del oficial vanuatuense al ver el visado que le presentamos. “¿De dónde habéis sacado esto?”, preguntó. “De un sueño”, tuve ganas de responder.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Vuelvo a casa...

Y sí... nos volvemos a Europa. Se acaba nuestro tiempo en Nueva Zelanda, país que ha respondido a todas mis expectativas de belleza y espectacularidad. Y se acaba el tiempo aquí porque el dinero empieza a acabarse también, y está feo lo de mendigar.
Como somos dados a tomárnoslo todo con calma, la vuelta nos va a llevar un tiempito. Vamos a hacer un pequeño tour por el Sudeste Asiático, unos tres meses. Porque ya que estamos aquí... ¿cómo no vamos a aprovechar? Me encanta esta filosofía. Tenemos un pseudoitinerario planificado que incluye Tailandia, Malasia, Camboya, Vietnam y Laos, pero la idea es hacer un poquito lo que nos pida el cuerpo durante este tiempo. Lo único seguro es que el día 6 de marzo estaremos montados en un avión que sale de Bangkok hacia Milán vía Abu Dhabi. Y entonces ya va a tocar empezar a vivir como las personas normales... por lo menos un tiempito.
Dejo muchas muchas cosas por contar. Se me van acumulando. Pero para ser sincero últimamente no he encontrado ni el tiempo ni la inspiración para sentarme a escribirlas. A este paso, cuando me ponga, voy a estar unos meses escribiendo. Quizá no sea mal plan para cuando terminemos la peregrinación asiática.
En fin, eso será en marzo, y, entonces, ya veremos. Espero que nos podamos leer antes de entonces.
¡Besos y abrazos para tod@s!

martes, 16 de noviembre de 2010

Aaaaaaaarg

Hola, hola.
Sé que tengo el blog un poco abandonado pero hay razones para ello.
Parece imposible conseguir un trabajo en Nueva Zelanda sin un visado para trabajar o la residencia y no se puede tener un visado para trabajar o una residencia sin un trabajo... Conclusión directa, como habrás imaginado, no tenemos trabajo. Así que hemos decidido que nos marchamos. Aunque parezca difícil de creer sale más barato darse un buen viaje por el sudeste asiático durante 4 meses que estar en Nueva Zelanda quietito en casa con las manos en los bolsillos.
Llevamos la última semana metidos entre billetes de avión, páginas de consulados, condiciones de visados y la embajada de Vietnam... ay, la embajada de Vietnam. Parece que poco a poco todo va cuadrando y que tenemos medio organizado el viaje. Si no pasa nada raro el día 6 de marzo estaremos aterrizando en Milán. Y después... después ya veremos.
Obviamente no nos vamos a marchar de Nueva Zelanda sin conocerla un poco. Pasado mañana vienen mi hermano y su señora y nos unimos a ellos para hacer una pequeña expedición por la Isla Sur.
Se me acumulan un montón de cosas que contar, pero no encuentro el momento para ponerme, estoy dedicando todos mis esfuerzos mentales a planificar esta epopeya de manera que no tengan posibilidad de deportarnos... y no es fácil. ¡Yo maldigo a los visados y sus letras pequeñas!
Espero estar por aquí prontito.
¡Nos leemos!

miércoles, 10 de noviembre de 2010

11 días, 6500 kms y un pato

Un viaje no comienza cuando uno se monta en un avión o cuando sale del garaje de su casa. Empieza cuando un buen día, secándose los pies después de ducharse, o en medio de una conversación, sin venir a cuento, o viendo el programa de Ana Rosa, uno siente un cosquilleo en la barriga ante la idea repentina de querer ir a un lugar en concreto.

Viajar no es desplazarse. Viajar no es moverse. Viajar no es sólo eso. Viajar es sentarse delante de un mapa y planear. Viajar es respirar otro aire, escuchar otro acento, otro idioma. Viajar es ver otra manera de vivir. Viajar es hacer fotos. Viajar es observar. Viajar es recordar. Viajar es saborear, estar cansado y seguir, esperar, querer más, buscar. Viajar es algo infinito. Y no conozco a nadie que haya probado el placer de viajar y no quiera repetir. A mí, personalmente, no me provoca el mínimo rubor admitir que soy un adicto a viajar. Adoro, me encanta viajar. Es un vicio del que no tengo la menor intención de desprenderme pese a que probablemente me lleve a la ruina.

Como para todo en esta vida, para viajar soy bastante ansioso. No me agrada saber que aunque tuviese tres existencias difícilmente llegaría a conocer una milésima parte de este planeta nuestro. Por ello, cuando se me presenta la posibilidad de hacer un viaje, me ansío. El viaje que planeamos Paula y yo por Australia no fue una excepción. Delante de un mapa de Australia, nuestras expectativas más salvajes eran hacer unos 4500 kilómetros en 11 días, realizando una especie de triángulo entre Melbourne, Sydney y Brisbane. Tampoco teníamos nada especialmente planeado, sólo unos cuantos puntos clave que queríamos visitar y una fecha límite para estar de vuelta en Melbourne. No tuvimos demasiados imprevistos durante el viaje, por lo que no me es fácil explicar cómo finalmente acabamos haciendo 2000 kms más de los que teníamos previstos en un principio.

La única contrariedad importante ocurrió el primer día. Teníamos previsto llegar a Sydney, unos 1000 kms, en una jornada de viaje. Salimos de Melbourne con una tormenta considerable que nos acompañó durante unas cuantas horas. Llegado un momento comenzamos a ver señales que ponían “Hume Highway closed-Floods”… mientras íbamos por la Hume Highway. Como uno piensa que eso lo ponen para que los demás se asusten, seguimos avanzando, valientes nosotros. El tráfico se paró en una ciudad llamada Holbrook, a unos 500 kms de Sydney. Ironías del destino, Holbrook, que estaba totalmente inundada, es conocida como la ciudad-submarino porque tienen allí plantado un submarino que utilizan como bar… Como somos gente positiva pensamos que tendríamos que estar un par de horitas allí, esperando a que la cosa se calmase un poco. Horas después el agua no bajaba, llovía de nuevo y nos disponíamos a pasar la que ha sido una de las noches más largas y frías de mi vida, dentro del coche. Al día siguiente pudimos coger un pequeño desvío de unos 250 kms entre pueblos devastados por el agua y llegamos a Sydney.

Supongo que todos esos kilómetros de más se debieron a nuestra ansiedad irrefrenable por conocer y conocer y conocer. Es muy peligroso lo de andar sin un itinerario definido. Y lo es más después de una semana dentro de un coche, cuando uno pierde un poco la noción de la realidad. Por ejemplo, entre el punto A y el punto B hay una distancia de unos 500 kms. A nosotros, en los últimos días de viaje, nos parecía perfectamente normal coger un desvío de 300 kms para ver un Parque Nacional, o unas cascadas, o la réplica de Stonhenge perdida en el medio de la nada en Australia. Porque, ¿cuándo vamos a estar de nuevo por aquí? Peligrosa pregunta ésa.

Y sí, excepción hecha de la inundación, la conducción fue bastante tranquila. Una vez que me acostumbré al dolor en mi codo derecho por ir a buscar la palanca de cambios y encontrarme con la puerta unas 75 veces, a entrar tranquilamente en las rotondas mirando hacia el lado equivocado y salvando la vida de milagro y a poner el limpiaparabrisas cada vez que quería poner el intermitente, no tuvimos mayor problema. Bueno, sí. Sí que tuvimos un problema. Un problema continuo. Debo advertir a quien pretenda conducir por las carreteras australianas que hay un mal generalizado que le hace estar a uno alerta de manera continua. Los animales australianos pueden ser definidos con dos palabras: estúpidos y suicidas. No es de extrañar que los arcenes de las carreteras estén plagados de animales fritos. Delante de nosotros saltaron/corrieron/se sentaron perros, conejos, erizos, ranas, tortugas y canguros. Sobre todo canguros. Por Dios qué animales más lerdos los canguros… Buen reflejo del país del que proceden. A todo animal que se puso en mi camino conseguí evitar excepto a uno. Me llevé por delante un pato. Fue demasiado rápido, estúpido y suicida para mí… No es mal balance en cualquier caso teniendo en cuenta todos los animales que pretendieron utilizar nuestro coche como medio para acabar con sus australes vidas.

Y es que 6500 kilómetros dan para mucho. Hemos conducido por asfalto, por tierra, por agua… hemos visto ciudades y campos. Carreteras de montaña, al borde del océano, autopistas, carriles impracticables... Hemos visto radiotelescopios, aviones de la segunda guerra mundial abandonados, miles de murciélagos volando al mismo tiempo, panorámicas grandiosas. Lagos, ríos, desiertos, cascadas, dunas, selvas, bosques, praderas y playas… Playas y más playas. Hemos visto playas paradisíacas desiertas y playas paradisíacas destruidas por edificios horribles. Hemos visto paisajes tan distintos y tan hermosos que no puedo describirlos. Hemos visto muchos atardeceres y amaneceres, mil luces distintas. Ciudades preciosas, ciudades horribles, pueblos en medio de la nada, lugares de nombres impronunciables. Olor a sal, olor a mar, olor a tierra mojada, olor a asfalto… Kilómetro tras kilómetro hasta los 6500.

Ha sido esta una buena experiencia para completar un poco la imagen que llevo de Australia. País de gente sencilla y vaga. Ni buenos ni malos, sencillos. Gente a la que todo le importa poco. Un poco como los canguros, un poco alelados. Me ha servido para corroborar la idea que tenía que los australianos son una raza de feos, y cuanto más australianos, cuanto más profundo, más feos. Sin duda a los que nacen guapos se los llevan a Hollywood a hacer películas… Me ha servido también para confirmar todas esas apreciaciones que me dio mi padre en su día: la inmensidad que transmite su paisaje, el extraño color de su cielo, el potencial que tiene esta tierra y sí, la limpieza de su aire. Esta gente tiene tanto y tanto de donde sacar… da la impresión de que es un país a medio hacer.

En fin, que después de llevarme por delante viajando 11 días, 6500 kilómetros y un pato tengo un montón de anécdotas, de personajes y situaciones. Recuerdos todos que me permitirán seguir viajando aún mucho tiempo. Compartiré algunos con vosotros, para que viajemos juntos.

¡Un abrazo gente, nos leemos!

sábado, 6 de noviembre de 2010

Nelson, Tasman, NZ

¡Hola gente! Aquí estamos de nuevo. Escribo desde Nelson, ciudad que, como ya adelanté, iba a ser el final (al menos temporal) de nuestro periplo por Oceanía. Aquí nos quedaremos un tiempo, que será largo si conseguimos un trabajo o de unas poquitas semanas si nadie nos quiere dar dinero.

Las primeras impresiones de Nelson son muy positivas. Es una ciudad pequeña al lado del mar y cerca de unas montañas bastante impresionantes. La gente de por aquí sonríe y te saluda por la calle (!), y en cuanto ve que estás en apuros se ofrece para ayudarte. Las casas están llenas de florecitas y todo está muy limpito, muy ordenado. A mí todo esto me resulta un poco sospechoso, me recuerda un poco a la ciudad perfecta del Show de Truman… Pero en fin, parece que el tiempo que estemos aquí no lo vamos a pasar mal.

Aquí hemos llegado después de unas tres semanas viajando. Tengo un cuaderno lleno de nombres de ciudades, de distancias y de tiempos invertidos, pero, sinceramente, eso casi ni me interesa a mí así que no creo que le puede interesar a casi nadie. He decidido que la manera más llevadera para compartir nuestra experiencia de este tiempo es escribir un poco de los recuerdos, de las situaciones, de personas y lugares que me hayan impactado estos días. Fiel a mi estilo (de vida), no se debe esperar mucho orden, voy a escribir un poco lo que me venga a la mente en ese momento, o lo que me pida el cuerpo. Procuraré, en cualquier caso, ambientar todo un poco espacio-temporalmente, por aquello de que todos nos mantengamos en unas constantes tetradimensionales. Y ya me callo que no sé ni lo que estoy escribiendo…

Muchos abrazos besos cariños y caricias.

martes, 12 de octubre de 2010

Next stop, Nelson

Nos marchamos de Melbourne. Mañana mismo. Nos vamos a Nelson, una pequeña ciudad al norte de la Isla Sur de Nueva Zelanda, la más soleada y donde dicen están las mejores playas de ese país, a pasar el verano. Como acostumbramos a hacerlo todo un poco complicado, vamos a tardar 3 semanas en llegar. Hemos alquilado un coche (que por cosas del destino, generoso, ha resultado ser un cochazo). Pretendemos recorrer lo más posible antes de irnos de Australia. Después, una semanita en Vanuatu, que ya se sabe que viajar es muy cansado.
Voy a intentar llevar un diario de viaje que llegado el momento compartiré con todos vosotros. Siento todos los mails que me dejo por responder y las conversaciones pendientes, en cuanto tenga una conexión medio estable comenzaré a ponerme al día, prometido.
Hasta entonces, quien quiera algo de mí que le pregunte al viento. Bueno, o que me llame al móvil pero eso ya os aseguro que sale caro.
Muchos abrazos y besos, ¡que cada uno se sirva de lo que guste! ¡Os pienso mucho!
Nos leemos pronto

martes, 5 de octubre de 2010

De tiempos y distancias y otras reflexiones

No es fácil escribir lo que quiero escribir. Son muchos sentimientos que se me amontonan en el coco y pelean por salir. Son muchas ideas, que se cruzan, que vienen y van, distintas pero que significan lo mismo… Llevo días intentando encontrar la manera de darles cuerpo y no la he encontrado. Así que he decidido que esta entrada del blog va a ser la expresión escrita de estas ideas según se vayan escurriendo por mi mente. Para eso es mi blog y para eso pongo yo aquí las reglas. Aquel visitante que busque orden o lógica en lo que viene a continuación puede abstenerse de continuar leyendo. He aquí una pequeña muestra de cómo funciona mi cerebro y debo prevenir de que puede resultar dañino para la salud (me obliga mi juramento hipocrático como farmacéutico).


Estas reflexiones a las que me refiero comenzaron el pasado 1 de octubre. En esa fecha, mi sobrina Andrea cumplió 3 años. Sólo aquéllos que sean tíos y no sean padres podrán comprender el dolor que sentí por no poder estar a su lado ese día para verla feliz, con su sonrisa, medio tímida medio pícara, soplando sus velas con la ayuda de su madre. Sólo los tíos podrán comprender la aparente ilógica del infinito amor que se le tiene a un sobrino. Hace unos días mi hermana Mercedes y mis sobrinos Andrea y Diego se sentaron delante de la webcam para charlar un rato conmigo. Bueno, en realidad charlábamos mi hermana y yo. Diego estaba muy concentrado en algún punto al lado de la pantalla y Andrea me miraba, reconociéndome, sin dignarse a compartir una palabra de ese increíble lenguaje propio que ha elaborado. Igualmente, unos días antes pude ver a mi sobrina Beatriz mientras hablaba con mi hermana Isabel. Y el pasado domingo, charlando con Edu y Gracia, veía a Olivia, a la que sólo los genes impiden ser mi sobrina. Estos cuatro pequeños seres, estas pequeñas personas, me hacen darme cuenta de lo lejos que estoy realmente. De lo lejos y de todo lo que me estoy perdiendo. Cuando Gracia me enseñaba, naturalmente orgullosa, que Olivia era capaz de mantenerse de pie sola… cuando Andrea asentía con una sonrisa mientras su madre (naturalmente orgullosa también) me contaba lo bien que le va en sus primeros días de cole… cuando Beatriz sonreía pensativa… cuando Diego… bueno, Diego estaba muy concentrado en algún punto al lado de la pantalla… Cuando me doy cuenta de que esos alienígenas que se llaman bebés se están haciendo personas y yo sólo puedo disfrutarlos unos minutos por la webcam… duele. Se me escapa su tiempo por estar tan lejos.


Al recordar el nacimiento de Andrea vino a mis recuerdos, inevitablemente, el fantástico viaje a París que hice con mi padre para conocerla. Habíamos sacado mi coche del concesionario el mismo día que nació mi sobrina, así que teníamos una excusa perfecta para hacer un Madrid-París de rodaje del motor, a 90 km/h. Ese viaje está grabado en mi corazón para siempre. 15 horas en un coche, mi padre y yo. Compartiendo todas nuestras rarezas y manías respectivas, que no son pocas. Charlando de nada y de todo al mismo tiempo. Viéndole echando una cabezada, a mi lado. Los ratos que estábamos callados. Sus palmadas en el hombro, que sé que no se las da a casi nadie. Nuestras tonterías, como dice él. Tampoco es fácil explicar todo lo que amo a mi padre. Y a mi madre. A mi madre, mi infinita madre. Los ojos de mi madre, cansados y felices. Mi madre. Con ambos, personas excepcionales con un amor excepcional, hablo cada domingo, un ratito. Les veo cada semana, ahí, del otro lado de la pantalla. Ellos, al revés que mis sobrinos, me hacen darme cuenta de que en realidad nada ha cambiado. Que el tiempo, en realidad, para ellos no pasa. Ellos hacen que me sienta en casa por un ratito, me hacen sentirme cerca, y con ello, al igual que mis sobrinos, me hacen darme cuenta de lo lejos que estoy.


Cuando leo un mail de David, de Javi, de Carlos mi amigo, de Carlos mi hermano, de Edu, de Nacho, de Momo… los mensajes de Diogo o de Pablo en gmail que nunca respondo, los comentarios en mis fotos del Facebook de Tati, de Fer, de todas esas personas que se acuerdan de mí… por un rato me veo a su lado, compartiendo una cerveza, unas risas o una mesa de despacho. Y de nuevo me siento allí, de donde me fui. Y siento una inmensa felicidad de haberme cruzado con personas hermosas, fantásticas, buenas, y de poder tenerlas en mi vida, porque en realidad el tiempo no ha pasado ni pasará en estas relaciones, por mucho que estemos sin vernos, sin escucharnos o sin leernos. Y me invade una sensación inmensamente placentera. Y a la vez me provoca un pinchazo aquí dentro, porque una vez más su cercanía me revela que estoy lejos, demasiado lejos…


Lo que estoy tratando de explicar, en realidad, es que os siento muy cerca estando lejos. Pero que cuanto más cerca estoy más lejos me siento y más me duele. Lo que quiero decir, en realidad, es que estar tan lejos me hace sentiros cerca. Que me estoy dando cuenta de que todo cambia sin cambiar y que el tiempo pasa sin pasar.

Lo que vengo a querer expresar, en resumen, es que os quiero muchísimo y que puede que necesitara venirme tan lejos para sentiros mucho más cerca.
Aunque sea por un tiempo.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Vanuatu

En el año 2006, uno de esos rankings con los que uno nunca está de acuerdo determinó que el país más feliz de nuestro planeta era Vanuatu. En esos rankings también se lee que el lugar donde mejor se vive es Noruega y cosas por el estilo. Me gustaría que los ilustrados que llevan a cabo estos estudios se pasaran 5 meses al año con 2 horas de sol diarias...

No sé si el más feliz, pero lo que sí tiene pinta es de que Vanuatu es el resultado de un club de colegas que se juntaron y decidieron hacer un país. Quedaron una buena tarde, pidieron unas pizzas, se pusieron ahí con sus lápices de colores hasta que encontraron una bandera pintona y un nombre que resultase llamativo.
Si uno visita la página web del gobierno de Vanuatu puede encontrar sin mayor problema, entre otras muchas y curiosas cosas, el teléfono del presidente del gobierno o las tarifas para pasar oficialmente allí un retiro dorado en medio de la nada. Lo que uno no va a encontrar, casi con total seguridad, es lo que necesita saber. No desprenden precisamente seriedad las instituciones de este país, y tampoco sus representantes. Ya me habían prevenido de que el teléfono del cónsul de Vanuatu en Sydney (William Longwah, para quien le interese) era también el teléfono de su casa. Me dijeron que no esperara que me respondieran " Hola, Consulado de Vanuatu", sino sólo "Hola" y que era probable que el Sr Cónsul estuviese con sus quehaceres por ahí cuando llamase.

Efectivamente, fue un "Hola" con lo que respondió al teléfono una voz de anciano, que resultó ser la del Sr Longwah en persona. Cuando le dije que tenía unas consultas sobre Vanuatu respondió "es domingo" en ese tono que uno utiliza cuando te llaman para tomar unas cervezas y tú estás ahí en pijama a las 3 de la tarde viendo Corazón Corazón en la tele... "Es domingo", repitió, "pero bueno qué quiere". "Quiero saber si un ciudadano de San Marino necesita un visado para entrar en Vanuatu". "¿Somalia?". "No, San Marino". "¿Somalia?". "No, San Marino, es un país en medio de Italia". "¿No es Somalia?" "No" "¿Pero es Italia?". "No, es un país independiente". "Pues digo yo que sí... mándame por correo urgente una foto, fotocopia del pasaporte y 50 dolares y en dos días tienes tu visado". Mientras me explicaba esto con voz cansada y ya un poquito irritado, un perro comenzó a ladrar cerca del Sr Longwah. Supongo, por la agudez de sus ladridos, que se trataba de uno de esos odiosos perros-rata que uno quiere lanzar a Mercurio de una patada. En ese instante me imaginé al Honorable Sr Cónsul de pie al lado de una mesa baja con uno de esos teléfonos viejos de madera y oro tan elegantes, con su bata brillante consular desabrochada, en calcetines, preparándose para dar un paseo a su perro lanudo minúsculo consular (con lacito entre las orejas, desde luego) y su consular esposa en la puerta con los brazos cruzados con cara de otraveztrabajandoenfindesemanaestehombreacabaconmigo y decidí que no debía jugar con su paciencia... Tras agradecer su consular accesibilidad, colgué.


Espero que el Sr Longwah sea un poco más serio de lo que parece su país, que cumpla su palabra y que en un par de días Paula tenga su visado. Porque en un mes nos vamos para Vanuatu una semanita. Que no sé si será el país más feliz del mundo. Pero yo, la verdad, es que gracias a ellos estoy la mar de contento.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Encuentros en la tercera fase

Pasó el 14 de septiembre y nada ocurrió. Esa era la fecha en la que Horace Lim me aseguraba que el mundo de las comunicaciones cambiaría para siempre. Afirmaba que ese día vería la luz un proyecto en el que llevaba 7 años trabajando. Según él, a partir del 14 de septiembre se iba a acabar lo de pagar por navegar por internet. No sólo eso, sino que a uno le iban a pagar cada vez que se conectara. Cualquier persona con un ordenador podría sacarse un buen sobresueldo por el simple hecho de conectarse a la red. Cuando empezó a hablarme, pensé, así de primeras, que era un tarado mental. Cuando poco después se puso a enseñarme tarjetas de visita de los presidentes de la mayoría de las compañías telefónicas que conozco, pensé que era un tarado con mucho tiempo libre. Cuando comenzó a enseñarme las tarjetas de visita de políticos como McCain o Hillary Clinton empecé a pensar que lo que me contaba podía ser cierto. Cuando me enseñó sus fotos con esta gente le escuché. Llegado el momento, tras explicarme el resto de sus proyectos con los que iba a acabar con la televisión de pago y la industria del petróleo (este último me lo explicó en voz baja y mirando por encima del hombro), miró el reloj, se levantó, me dio una tarjeta de visita, me pidió un curriculum y se marchó. Estaba convencido que en algún momento de la conversación me iba a pedir dinero, o que en medio de mi abstracción mientras hablábamos alguien me había levantado la cartera. Pero nada de eso pasó. Todo esto ocurrió hace 5 o 6 semanas y hoy he caído que pasó el día en que Horace se iba a convertir en el Bill Gates (el AntiCristo, según él) del siglo XXI y a mí nadie me paga por conectarme a internet. La verdad es que me ha dado un poco de lástima.
A Horace me lo encontré en la biblioteca de Melbourne, en una sala que hay habilitada para conectarse a internet a la que como ya comenté en otra ocasión vengo cada día un rato después de trabajar mientras espero para ir a encontrarme con Paula. Recomiendo este lugar a cualquier potencial visitante de Melbourne que quiera conocer a alguien curioso. Lo único que tiene que hacer es sentarse, sonreir y esperar. Dada la cantidad de chalados y gente rara que hay en esta ciudad (es difícil el día que no ves a dos o tres personas hablando solas o gritándole a la nada), y que lo de sonreir no se lleva en estas latitudes, al poco tiempo se te va a acercar alguien con ganas de conversación.
Por ejemplo, aquí también me encontré con Brian Khuu, un chaval de unos 20 años, estudiante de ingeniería, persona evidentemente muy inteligente que se empeñó en buscar soluciones para mi vida cuando le conté lo que andaba haciendo por aquí. Tras llegar a la conclusión de que debería dedicarme a ser profesor particular o médico en el Tercer Mundo (?) me empezó a hablar de todo un poco. Cuanto más hablábamos más convencido estaba de que este muchacho no tenía ni un solo amigo. Este hecho quedó confirmado cuando me comentó que se pasaba cada día a ver qué había rebajado en una tienda de electrónica después de enseñarme, orgulloso, un miniaspirador rosa con forma de margarita que había conseguido allí por dos dólares. Tengo que agradecer a la hermana de Brian, una niña de 12 o 13 años, que me lo quitara de encima. Llegó a buscarle justo cuando me comentaba que a veces tenía ideas extrañas, como que cada vez que alguien abría una taquilla había un mecanismo conectado a un gatillo de una pistola en el interior de la misma, de manera que ésta disparase en la cara al infortunado que la abriese...
En otra ocasión, un vagabundo, o al menos como tal vestía y olía, vino a pedirme si podía ver su e-mail en mi ordenador. Acepté, claro. Yo, que soy un poco cotilla y que no quería que este hombre, del que no recuerdo su nombre, me involucrase en algún caso de tráfico de órganos, me quedé a su lado vigilando. Me resultó cuanto menos curioso comprobar que efectivamente, tenía dos mails. Eran de dos tiendas de instrumentos musicales de Londres, que le respondían una consulta sobre el precio de unos oboes. Apuntó en un papel las direcciones de estas tiendas y se marchó sin despedirse ni agradecer nada.
Como he dicho, la densidad de chalados en esta ciudad es sorprendentemente alta. Así que tampoco es imprescindible venir a la bilbioteca para encontrárselos. Sin ir más lejos, el viernes pasado volviendo a casa el metro estaba lleno, así que nos sentamos al lado de dos venerables ancianos. Uno de ellos nos saludó con un "join the happy family!!!" y una fantástica sonrisa. El otro, que lucía una barba blanca de unos 20 centímetros, resultó ser chileno y tuvo una interesante y larga charla con Paula sobre los indios mapuches. Yo no tuve tanta suerte, tras un esperanzador comienzo de animada conversación con el anciano de imperturbable e inesperada sonrisa tuvo a bien terminarla prematuramente de una manera bastante tajante. Como me pareció una buena forma de finalizar cualquier conversación utilizaré la pregunta que me hizo a la que siguió un incómodo silencio para acabar esta entrada. Que cada uno piense qué habría hecho en mi lugar. Sin venir a cuento, me soltó: "Dime, ¿conoces a Jesús?"
(Para confirmar lo escrito, mientras escribía este post en la citada biblioteca, y juro que esto es cierto, se me ha sentado al lado un tipo de unos 55-60 años, con una gorra de los Yankees, aspecto descuidado, olor dulce y ojos muy azules. Me ha preguntado, en voz muy alta: "¿Sabes por qué estás vivo?" Sin esperar respuesta, se ha contestado a sí mismo: "Porque tienes el cerebro caliente. No era tan fácil en la edad de piedra". Dicho lo dicho, se ha puesto a leer un folleto que traía para la admisión de nuevos alumnos en la Universidad de LaTrobe. Dos minutos después, se ha levantado y se ha ido. Que alguien se atreva a decirme que éste no es lugar fascinante.)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Otro duro día en la oficina

Escribo estas letras desde la biblioteca de Melbourne, a donde vengo cada tarde desde la semana pasada después de salir de mi nuevo trabajo como restaurador en una cadena de comida rápida llamada "In a rush"...
A la espera de conseguir un trabajo como Dios manda y mientras me decido a abandonar este país, ando haciendo un dinerito. Entre mi trabajo en este sitio y mis noches como camarero-estafador en el Colmao me saco casi el doble del sueldo que tenía en Madrid como científico, trabajando menos horas. Así está el mundo, así está España.
El establecimiento en el que trabajo está cerca de un núcleo financiero, por lo que realmente sólo hay un rato medio agobiado durante todo el día, entre las doce y las dos del mediodía. Durante ese par de horas un montón de ejecutivos agresivos estresados, en mangas de camisa y con cara de urgencia escatológica vienen a recoger su sopita para llevar para tomársela delante del ordenador donde sin duda andan resolviendo los problemas mundiales. Durante el resto del día puedo hacer lo que me da la gana en mi oficina.
Mi oficina-cocina-laboratorio, de unos 3 m2, consta de una nevera enorme, un horno, un microondas y una pila. Allí preparo muffins, sandwiches y ensaladas para lo mejorcito de la sociedad australiana. Pobre gente, si supiera que soy yo el que prepara esos platos con esos nombres tan bonitos... Walnut-avocado salad, pumpkin and roquette in ricotta sauce... Lo hago todo a mi ritmo, como me da la gana, nadie me pide explicaciones, así que no me puedo quejar.
Mi compañera de trabajo responde al nombre de Bromwin y es neozelandesa. Puede tener 20 años igual que podría tener 30. Me recuerda a estas holandesas grandes que se ponen muy rojas en cuanto hacen cualquier cosa. Y una de dos, o lo ha visto ya todo en la vida, o carece de cualquier interés por lo que pueda suceder en el planeta tierra. Me pregunto a cuántos españoles habrá conocido para no haberme hecho ni siquiera una pregunta sobre mi país. He desistido de tener una conversación con ella tras percatarme de que sólo es capaz de responder dos cosas: "not really" y "why not". Me pareció que el otro día sonreía, pero no estoy muy seguro. Lleva dos meses en Melbourne y dos meses trabajando en ese sitio. La insondable y atemporal Bromwin parece ser una persona bastante plana...
El manager del restaurante es de Miami. Y éste por lo visto no es un dato cualquiera, ya que se lo repite a todo el que se le acerca. Porque aunque es mulato y habla español con un perfecto acento cubano, él es de Miami. Álex, que así se llama, es un tipo muy gracioso. Pasa la mayor parte del tiempo contándome todas las "nenas" (como las llama él, el último romántico) con las que ha estado en su vida. Como ya he dicho, me deja hacer lo que me viene en gana. Además, el hasta ahora único consejo que me ha dado para mi trabajo es que robe todo lo que pueda. Me ha confesado que en su casa todos comen de lo que él se lleva del trabajo. Como soy una persona obediente, cada día lleno mi despensa con lo que me cabe en la mochila... me pregunto si tendré tiempo de comerme todo lo que me estoy llevando. Álex es el encargado de elegir la música que se pone en nuestro restaurante, y resulta que es un gran amante de la música house. Así que me paso el día cocinando con obras de música electrónica de letras fascinantes repetidas una y otra vez que, oh, imaginación al poder, se corresponden con el título de la canción. Son pura poesía: "Don't leave me but don't love me", "Between 17 and 21 you are having fun" y la que sin duda es mi favorita, la intrigante "Touch me in the morning"...
No es raro que al salir de mi cuevita-cocina para echar una mano sirviendo sopas me encuentre a Alex marcándose unos pasos de baile con la caja resgistradora y a Bromwin al lado, apoyada en una columna, impasible y colorada, con la mirada perdida en los expositores de bollería. "Me paso el día decidiendo qué es lo próximo que me voy a comer", me confió esta mañana en un alarde de locuacidad inusitada...
En fin, que mientras veo hacia dónde doy mi próximo paso y me sale algo de lo que ando pidiendo esto es lo que he encontrado para pasar el rato. Debo confesar que no me desagrada en absoluto y si me sirve para hacer unos ahorrillos, que diría mi abuela, pues tanto mejor. Además, con este trabajo he descubierto el inmenso placer que es salir por la puerta del trabajo y no llevarse absolutamente ningún problema a casa. Lástima que por aquí dentro tenga ganas de hacer otras cosas... Pero vamos, no me puedo quejar, esto es mucho mejor que pasarse las horas en casa mirando la pared, eso sí, siempre que no me descubra a mí mismo mirando el expositor de bollería.
(Prometo intentar adjuntar fotos de todo lo que hablo en un futuro próximo... Prometo intentar... qué bueno eso, me gusta)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Stop the train I'm leaving

Ignacio, chileno, es ingeniero civil y trabaja sirviendo sangría y tortillas de patatas en un restaurante llamado "Colmao Flamenco", en Melbourne. La sangría, las tortillas, las croquetas y todo lo demás que sirve Ignacio lo prepara Elberto, de Bogotá, Colombia. Colombiana también es Ingrid, arquitecta, que limpia oficinas por las tardes un par de horas. Ingrid es compañera de Paula, argentina y comunicadora, que trabaja además de camarera en un café francés cuyos dueños son surcoreanos. Los sábados Paula trabaja en un restaurante italiano en el que el cocinero es pakistaní. Igual que Kahn, que también es cocinero y también es pakistaní, pero éste trabaja en un restaurante vasco haciendo paellas con chorizo. Restaurante vasco cuya dueña es una australiana. Allí, por lo que parece, no hay hueco para mí, como tampoco lo hay en otros restaurantes donde intentó trabajar Raphaela, suiza y enfermera de formación que anda buscando trabajo de lo que sea...
A todo esto, Ignacio es compañero mío. Yo, que tengo que poner un poco de cordura a todo esto, ando ejerciendo como doctor en farmacia trabajando de camarero en el susodicho "Colmao Flamenco". Yo, español, trabajo en un restaurante español. Como debería ser. Así que podría decir que soy inmune a esta vorágine globalizadora en la que encuentro inmerso si no fuese porque mientras escribo estas líneas estoy tomándome un mate...

Para mí que el mundo se ha vuelto loco y nos ha descolocado a todos un poquito. ¡Paren el tren que me bajo!

miércoles, 18 de agosto de 2010

¡¡¡Ñ´!!!

¡Por fin!

Ayer recibí al fin el cargador de mi ordenador. Vuelvo a tener mis ñ, mis ´, incluso las nada valoradas ü sin necesidad de andar combinando Alt y numeritos... Qué felicidad. Así que ya no tengo excusa para no escribir por aquí.

Y bueno, ha pasado un tiempito desde que escribí por última vez, excepción hecha de la carta de rechazo que tanto me gustó y no pude evitar compartir. Desde entonces la vida ha seguido tranquilita. He conocido en este tiempo a varios personajes la mar de pintorescos, entre ellos un tal Horace Lim, que asegura va a ser el Bill Gates del siglo XXI. He ido a un partido de fútbol australiano, deporte, digámoslo de un modo suave, salvaje. Mi desembarco en el mundo gastronómico australiano es inminente y puede que en breve me convierta en árbitro de fútbol. He iniciado mi carrera como contrabandista. Por si fuera poco estoy en pleno proceso de reordenamiento mental, ahora toca decidir hacia dónde, cómo y cuándo me voy. Pero todo eso son menudencias, amiguetes...

Porque lo más importante, sin duda, es que he ligado. Sí, y con una australiana. Sí sí. Y delante de Paula. ¿Soy o no soy un campeón? La cosa fue así. Esperando un tranvía en Fitzroy, enfrente de la farmacia Giliberto, que así se llama, estaba yo de animada charla con Paula. En esto que siento como un pinchazo en el culo. Me doy la vuelta y allí está una señora dándose un homenaje con mi trasero. Y sin mediar palabra, se marcha. Ante mi ataque de risa incontrolable (unido al de Paula, obviamente) la mujer se da la vuelta y pone cara de "a ver, tenía ganicas", y continúa su camino para desaparecer de mi vida para siempre. Qué intenso y corto romance. Lástima que ella tuviese como 70 años. Lástima que no esté seguro de que fuese australiana, ni siquiera de que fuese australiano. Lástima que nunca vaya a saber si en realidad me quería robar la cartera... Ay, así es el amor.

En fin gente, que si no me ocurre nada curioso en el futuro cercano, y tiene pinta de que me va a ocurrir de todo, ya iré hablando de todo eso que me ha ido pasando estos días. El caso es que algo iré contando. Ya estoy de vuelta en mi rincón.

¡Un abrazo gente!

¡Nos leemos!

Rechazado por la Ciencia

Estimado Mr López-Noriega

(Cómo Mr???, que me costó seis años cambiar la M por una D. Será Dr López-Noriega... Mal empezamos)

Re.0023911

(Habría preferido un "buenas tardes", pero Re.0023911 no deja de ser una forma original de saludar.)


Gracias por su solicitud y entrevista para la plaza MATERIALS SCIENTIST (ENCAPSULATION AND BIOCOMPATIBILITY) - BIONIC EYE PROJECT con la Universidad de Melbourne.


(De nada hombre.)


Después de una completa consideración, siento informarle que no ha sido seleccionado para esta plaza. El calibre de los solicitantes era alto y la decisión sobre la selección fue difícil.


(Hombre, siempre es un consuelo que no hayan escogido a un mandril para el puesto que yo quería... Además, sí que debe haber sido difícil la decisión, se han tirao un mes. Siento el mal rato que deben haber pasado, de corazón.)


Aprecio su interés en la plaza pero desafortunadamente no puedo responderle de un modo más positivo.


(Mira, ahora me siento mucho mejor. Yo aprecio que me aprecien. Lo que no acabo de entender es cómo sería una respuesta más positiva... Casi? A punto macho? Sí pero no? A veces?)


Deseo que le vaya bien en su futuro empleo.

(Y yo deseo que le vaya bien con su futuro empleado.)


Saludos cordiales


(A los pies de su señora)


Ciencia


(Dios! Ciencia! Ni más ni menos. La Ciencia firma este mail que recibí ayer... Ahora sí que la cosa se pone chunga... La Ciencia me rechaza. Qué bajona tú... Ni diseccionar gusanos, ni plantar guisantes, ni escuchar la COPE... nada de ciencia. En fin, tendremos que dedicarnos a otra cosa.)



P.D.: Si alguien por ahí tiene un currillo, pues se agradece


P.P.D.: Si alguien por ahí tiene algo suelto que le sobre, se agradece también.




sábado, 14 de agosto de 2010

Dificultades técnicas

Hola!!!
Una entrada cortita para justificar mi ausencia estos dias. El cargador de mi DELL ha muerto (de nuevo, es el cuarto) asi que no tengo un teclado con sus enies y sus tildes y sus cositas para escribir como Dios manda. En cuanto me haga con un cargador nuevo volvere por aqui a contar mis chaladurias.
Un abrazo o un beso o un besabrazo a todos!

P.D.: No compreis DELL, jamas nunca

domingo, 8 de agosto de 2010

Amor, Madre y Valor

Como cualquier otra gran ciudad, Melbourne tiene un montón de gente en sus aceras tocando los más insólitos instrumentos, cantando o vendiendo cualquier cosa. En la esquina de las calles Swanston y Bourke siempre está el Señor Liu.
El Señor Liu se sienta detrás de su mesa de jardín en la que tiene expuestas sus obras. Porque es un artista, talla en hojas de palmera. Hace figuritas, de todos los tamaños, algunas de ellas sorprendentemente pequeñas y bien detalladas.

El lugar en el que se ubica el Señor Liu es especialmente transitado, allí se unen dos de las calles principales de la ciudad, en pleno centro comercial y financiero, ruta obligada para ir a cualquiera de la estaciones de metro de la zona. Pero el Señor Liu no se inmuta. Cada una de las veces que he pasado por allí, él está concentrado, trabajando su madera, sentado en su silla, aislado del lío que se monta a su alrededor.
Me gusta el señor Liu. Me transmite paz.
El pasado viernes subía por Swanston camino de la biblioteca, y comencé a escuchar a lo lejos cierto alboroto. Una voz femenina que gritaba, murmullo de gente quejándose... algo totalmente inusual en esta ciudad plana. Al llegar a la esquina con Bourke vi que el alboroto era debido a una "manifestación" para acabar con el bloqueo de Gaza, justo enfrente de la mesa del Señor Liu. Esta manifestación consistía una pancarta rota, una mujer exaltadísima de voz estridente con un megáfono (sostenido por otro personaje) y 5 tipos dando vueltas alrededor con carteles de cartón en los que ponía "refugees are welcome" (se ve que Australia se está quedando sin mano de obra barata). Todo ello provocaba la acumulación gente y consecuencia de ello, un considerable ruido. Aquello era bastante insoportable sin que a uno le entrasen muchas muchas ganas de matar. Pero allí estaba el Señor Liu, sentado, tranquilo y trabajando.

Yo continué mi infructuoso camino en busca del wifi gratuito, ya que la biblioteca estaba cerrando cuando llegué. Desandando mis pasos volví a la manifestación y de manera totalmente inusual vi al señor Liu riendo con alguien, un cliente o un amigo, de pie, al lado de su mesa. Así que aproveché para leer un cartel que habitualmente tiene al lado (hasta entonces no me había atrevido, me parecía violar su intimidad hacerlo en su presencia). En este cartel explica su historia, lo que hace, sus habilidades, cómo llegó allí... y acaba ofreciéndose para escribir con caligrafía china palabras que puedan ser especiales para ti "por ejemplo Amor, Madre y Valor".

Lo dicho, me gusta el Señor Liu.

jueves, 5 de agosto de 2010

Cizur-Santiago-Melbourne

Cizur Menor es un pueblo diminuto que se encuentra a unos 3 kilómetros de Pamplona. Hoy, 5 de agosto de 2010, hace un año que llegué allí, en mi segunda etapa del Camino de Santiago. Recuerdo que para entrar en Cizur Menor hay que subir una cuesta que se hace infinita con el sol encima, en esos ratos en los que la mochila pesa mucho más. Recuerdo también que maldecía a la creación porque estaba estrenando la primera de mis innumerables ampollas del Camino. Recuerdo que estaban desinsectando el albergue cuando llegamos, y que me tumbé en el suelo, agotado, hasta que abrieran para poder darme una ducha. Recuerdo las bromas de un hospitalario excepcional, de nombre Flavio, italiano, muy italiano. Recuerdo que mi cama era la parte de abajo de una litera y que dormía debajo de Anna, una chica de Solsona con la que aún mantengo la amistad. Recuerdo que no quise ir a la piscina del pueblo porque esperaba que se me secaran las ampollas (iluso). Recuerdo que hicimos una cena fantástica en la iglesia que está al lado del albergue, juntamos unas mesas, compramos comida entre todos y entre todos la cocinamos. Recuerdo que cayó una tormenta salvaje, que dejó un atardecer limpio y precioso. Recuerdo que en Cizur Menor vi por primera vez dos arco iris a la vez. Recuerdo que allí conocí a Roberto, una persona extraña pero entrañable, contable, bailarín de danzas africanas y practicante de Reikki. Recuerdo que esperando para cenar cantábamos sol solet, dirigidos por un personaje con nariz de payaso que era medio argentino medio canario. Recuerdo lo perdido que me encontraba por entonces y lo bien que me hacía sentir la compañía de un montón de desconocidos. Recuerdo muy bien ese día, recuerdo casi todos los detalles. Lo recuerdo casi todo. Y sin embargo, no recuerdo que allí estaba ella. Puedo describir a cada una de las personas que encontré en aquel albergue, todo lo que se conversó, pero a mi mente no viene su imagen.

Hace un tiempito cayó en mis (sus) manos una foto del albergue de Cizur Menor del día 5 de agosto de 2009. Allí está Adolfo, allí está Paula, separados por apenas un par de metros. Y todavía no eran ni Paula ni Adolfo. Está visto que el destino no tenía previsto que apareciéramos en la función todavía.

Una semana después nos cruzamos, de una manera bastante desafortunada por cierto, en una de esas jornadas interminables y empezamos a existir para el otro. Días más tarde caminábamos solos. El día 26 llegamos juntos a Santiago. Hoy, Paula ha caído que el día que llegué a Melbourne para estar con Ella, el 25 de Julio, fue Santiago Apóstol. Casualidad, puede. Cosas del destino, quizás.

Hace un año estaba en Cizur Menor, y estaba ella; hoy estoy en Melbourne, con Ella. Seguimos caminando juntos.

martes, 3 de agosto de 2010

Tengo el móvil encendido

Ya sé cómo se siente Belén Esteban. Una mujer normal, de la calle, de hacer sus gachas en batín, con sus cositas como todo el mundo... un buen día, sin previo aviso: ¡LA FAMA! Y ese día te cambia la existencia para siempre. Y te puede pasar en cualquier momento. Como me ocurrió a mí. Estás ahí tan cómodo sentado en una plaza viendo pasar la vida cuando de repente atraes la atención de una periodista de prestigio. De un periódico de tirada nacional. Sí, amigos. Y la cosa comienza como si nada y cuando te quieres dar cuenta te están haciendo unas fotos, están grabando tus palabras... Por suerte aproveché la oportunidad y dejé que mi discurso surgiera del corazón: "Mi chaqueta negra, es ligera y calentita. Me mantiene caliente, es buena." Estas palabras, amigos, me han llevado al estrellato. Por ahora me dedican un artículo en la página 23 (ojo, impar, de las caras)... me han rodeado de dos mozas por esas cosas que tiene el márketing. El caso es que si todo sigue como es debido pronto estaré en las portadas.




Porque la cosa no acaba ahí. También he atraido la atención del mundo del cine. Sí, amigos. Una cosa lleva a la otra, es un proceso imparable. Me han proporcionado los medios para que realice mi primer corto. He querido hacer una cosa conceptual, pero que sea accesible a todos los públicos. Se llama "El Mono Molinete", y habla de la lucha de los desplazados zíngaros en el régimen de Ceaucescu. Podéis verlo haciendo click aquí.


En fin, que uno quiere pasar desapercibido pero no puede. Hoy me dispongo a vivir mi primer día de fama universal. Espero no tener muchos problemas. Yo tengo el móvil encendido, para que me pueda llamar Stevie... Spielberg digo... a él le gusta que le llamemos así, así somos los famosos. Bueno, o que me llamen del curro, que todavía estoy esperando... :(

lunes, 2 de agosto de 2010

Melbourne huele a frito

"Una de las cosas que me llamaron la atención de Australia fue la limpieza de su aire". Estas palabras me las dijo mi padre en una de las múltiples conversaciones que tuvimos antes de que me viniera para estas tierras de Dios. Como yo soy un buen hijo y tengo en muy alta estima las opiniones de mi sabio padre, nada más salir del aeropuerto inspiré profundamente para saborear el aire australiano... y mis pulmones se llenaron de olor a refrito. Melbourne huele a frito. Y no es de extrañar, esta ciudad tiene una increíble cantidad de restaurantes de comida rápida. Das dos pasos y te encuentras un restaurante. Y siempre siempre están llenos. Cocinas de todos los lados, todos con sus fritos correspondientes: china, vietnamita, griega, indonesia, japonesa, yankee, india, portuguesa... y chocolaterías San Churro. Porque por alguna razón esta gente tiene devoción especial por los churros. Ya digo que cualquier cosa que esté frita, se come en Melbourne.



Y dice el refrán (¿es un refrán?) que de lo que se come se cría. Eso explica cómo está esta gente. "Reconocerás al típico australiano porque es un matao". Esta frase no es de mi padre, es de Andrés, el dueño de la casa en la que vivo. Este hombre merecerá varias entradas en este blog, seguro. Más que mataos, los australianos están fritos, y más que fritos, tostaos. Esta gente esta tostada. Por Dios qué gente más apagada. Dicen que Melbourne es lo más vivo que hay en este país. Mmmmmm.... no quiero imaginarme otras cosas. Esta gente no tiene sangre. Puede ser debido a que todo está prohibido. Porque todo está prohibido en Melbourne. Para todo existe su correspondiente multa. Y se encargan de recordártelo continuamente. Todo está lleno de carteles de prohibido. Cruzar con semáforo en rojo, multa. Tirar colilla, multa. Utilizar lenguaje indecente en el tren, multa. Perros sueltos, multa. Perros atados, multa. Respirar muy fuerte, multa. Pensar demasiado, multa. Reír demasiado, multa. Estar triste, multa. Poner multa, multa.


Por eso hay cosas que no dejan de sorprenderme. Como madrileño sé que esos dibujitos de señores que cambian de colorines en los semáforos son meramente decorativos y que cuando uno tiene prisa, cruza. Ya se encargará el coche correspondiente de no llevarle a uno por delante para no tener que dar parte al seguro. Pero esta gente no. En las calles más minúsculas, visibilidad de 150 kms, se ve que no se acerca un coche, que no viene ni Dios. Todos parados porque el semáforo está en rojo. Dan ganas de lanzarles a la carretera: "mira, ¡no te mueres ni nada!". ¡MULTA! O ir en un tren que está lleno y no se escuche una voz... Hasta he llegado a echar de menos al pimpín/a de turno con su móvil a modo altavoz con reggaeton (o como se escriba) a todo trapo que ameniza la vida a los demás (y genera unas poquitas ganas de matar, también). Eso por lo menos da vidilla. Gente apagada ésta. En fin, supongo que esto es la civilización. Una isla de expresidiarios y piratas enseñando civilización... normal que después se desquiten con el deporte ése de bárbaros que es el fútbol australiano. Pero eso ya es otra historia que se me está yendo la perola...

El caso es que Melbourne hay como un ambiente a aceitorro reusado. Será cuestión de acostumbrarse. Supongo yo que en Perth, ciudad que está en medio del desierto, donde mi padre paladeó aire puro, no habrá tanto restaurante, ni tanta prohibición, ni tanta multa... supongo que allí estará todo menos frito. Si un día lo visito ya os contaré.
¡Hasta otro rato gente!

Un billete al invierno, por favor

Un buen día, hace ya muchos años, y vete tú a saber debido a qué, decidí que si tenía la oportunidad tenía que pasar un tiempo en Australia. Desde entonces esa idea ha estado rondando por mi cabeza, con mayor o menor intensidad... hasta que la oportunidad llegó. Leí mi doctorado, acabé mi contrato con la Complu, encontré la compañía perfecta para cumplir mi sueño y con la excusa de una oferta de trabajo como investigador en la University of Melbourne llené mis petates y aquí me planté, en las Antípodas.

Todo esto ya lo sabe todo quien me conoce, pero como no sabía muy bien cómo comenzar esto, lo escribo que siempre queda muy arregladito presentarse uno mismo. Siguiendo varias sugerencias de varias fuentes distintas, y después de escribir el vigésimo mail contando lo mismo con diferentes palabras me decidí a comenzar este blog sobre mis andanzas por estos mundos de Dios. Hoy estoy en Melbourne, a la espera de que me digan el veredicto de mi entrevista de trabajo para ese puesto en la universidad (entrevista de la que un día hablaré con calma). Si me lo dan, aquí me quedaré un tiempito. Y si no, otro sitio habrá para mí en el mundo. De todo, mientras tenga ganas, tiempo y conexión a internet, iré escribiendo por aquí.

Ya nos vamos leyendo.

¡Un abrazo gente!