lunes, 27 de septiembre de 2010

Vanuatu

En el año 2006, uno de esos rankings con los que uno nunca está de acuerdo determinó que el país más feliz de nuestro planeta era Vanuatu. En esos rankings también se lee que el lugar donde mejor se vive es Noruega y cosas por el estilo. Me gustaría que los ilustrados que llevan a cabo estos estudios se pasaran 5 meses al año con 2 horas de sol diarias...

No sé si el más feliz, pero lo que sí tiene pinta es de que Vanuatu es el resultado de un club de colegas que se juntaron y decidieron hacer un país. Quedaron una buena tarde, pidieron unas pizzas, se pusieron ahí con sus lápices de colores hasta que encontraron una bandera pintona y un nombre que resultase llamativo.
Si uno visita la página web del gobierno de Vanuatu puede encontrar sin mayor problema, entre otras muchas y curiosas cosas, el teléfono del presidente del gobierno o las tarifas para pasar oficialmente allí un retiro dorado en medio de la nada. Lo que uno no va a encontrar, casi con total seguridad, es lo que necesita saber. No desprenden precisamente seriedad las instituciones de este país, y tampoco sus representantes. Ya me habían prevenido de que el teléfono del cónsul de Vanuatu en Sydney (William Longwah, para quien le interese) era también el teléfono de su casa. Me dijeron que no esperara que me respondieran " Hola, Consulado de Vanuatu", sino sólo "Hola" y que era probable que el Sr Cónsul estuviese con sus quehaceres por ahí cuando llamase.

Efectivamente, fue un "Hola" con lo que respondió al teléfono una voz de anciano, que resultó ser la del Sr Longwah en persona. Cuando le dije que tenía unas consultas sobre Vanuatu respondió "es domingo" en ese tono que uno utiliza cuando te llaman para tomar unas cervezas y tú estás ahí en pijama a las 3 de la tarde viendo Corazón Corazón en la tele... "Es domingo", repitió, "pero bueno qué quiere". "Quiero saber si un ciudadano de San Marino necesita un visado para entrar en Vanuatu". "¿Somalia?". "No, San Marino". "¿Somalia?". "No, San Marino, es un país en medio de Italia". "¿No es Somalia?" "No" "¿Pero es Italia?". "No, es un país independiente". "Pues digo yo que sí... mándame por correo urgente una foto, fotocopia del pasaporte y 50 dolares y en dos días tienes tu visado". Mientras me explicaba esto con voz cansada y ya un poquito irritado, un perro comenzó a ladrar cerca del Sr Longwah. Supongo, por la agudez de sus ladridos, que se trataba de uno de esos odiosos perros-rata que uno quiere lanzar a Mercurio de una patada. En ese instante me imaginé al Honorable Sr Cónsul de pie al lado de una mesa baja con uno de esos teléfonos viejos de madera y oro tan elegantes, con su bata brillante consular desabrochada, en calcetines, preparándose para dar un paseo a su perro lanudo minúsculo consular (con lacito entre las orejas, desde luego) y su consular esposa en la puerta con los brazos cruzados con cara de otraveztrabajandoenfindesemanaestehombreacabaconmigo y decidí que no debía jugar con su paciencia... Tras agradecer su consular accesibilidad, colgué.


Espero que el Sr Longwah sea un poco más serio de lo que parece su país, que cumpla su palabra y que en un par de días Paula tenga su visado. Porque en un mes nos vamos para Vanuatu una semanita. Que no sé si será el país más feliz del mundo. Pero yo, la verdad, es que gracias a ellos estoy la mar de contento.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Encuentros en la tercera fase

Pasó el 14 de septiembre y nada ocurrió. Esa era la fecha en la que Horace Lim me aseguraba que el mundo de las comunicaciones cambiaría para siempre. Afirmaba que ese día vería la luz un proyecto en el que llevaba 7 años trabajando. Según él, a partir del 14 de septiembre se iba a acabar lo de pagar por navegar por internet. No sólo eso, sino que a uno le iban a pagar cada vez que se conectara. Cualquier persona con un ordenador podría sacarse un buen sobresueldo por el simple hecho de conectarse a la red. Cuando empezó a hablarme, pensé, así de primeras, que era un tarado mental. Cuando poco después se puso a enseñarme tarjetas de visita de los presidentes de la mayoría de las compañías telefónicas que conozco, pensé que era un tarado con mucho tiempo libre. Cuando comenzó a enseñarme las tarjetas de visita de políticos como McCain o Hillary Clinton empecé a pensar que lo que me contaba podía ser cierto. Cuando me enseñó sus fotos con esta gente le escuché. Llegado el momento, tras explicarme el resto de sus proyectos con los que iba a acabar con la televisión de pago y la industria del petróleo (este último me lo explicó en voz baja y mirando por encima del hombro), miró el reloj, se levantó, me dio una tarjeta de visita, me pidió un curriculum y se marchó. Estaba convencido que en algún momento de la conversación me iba a pedir dinero, o que en medio de mi abstracción mientras hablábamos alguien me había levantado la cartera. Pero nada de eso pasó. Todo esto ocurrió hace 5 o 6 semanas y hoy he caído que pasó el día en que Horace se iba a convertir en el Bill Gates (el AntiCristo, según él) del siglo XXI y a mí nadie me paga por conectarme a internet. La verdad es que me ha dado un poco de lástima.
A Horace me lo encontré en la biblioteca de Melbourne, en una sala que hay habilitada para conectarse a internet a la que como ya comenté en otra ocasión vengo cada día un rato después de trabajar mientras espero para ir a encontrarme con Paula. Recomiendo este lugar a cualquier potencial visitante de Melbourne que quiera conocer a alguien curioso. Lo único que tiene que hacer es sentarse, sonreir y esperar. Dada la cantidad de chalados y gente rara que hay en esta ciudad (es difícil el día que no ves a dos o tres personas hablando solas o gritándole a la nada), y que lo de sonreir no se lleva en estas latitudes, al poco tiempo se te va a acercar alguien con ganas de conversación.
Por ejemplo, aquí también me encontré con Brian Khuu, un chaval de unos 20 años, estudiante de ingeniería, persona evidentemente muy inteligente que se empeñó en buscar soluciones para mi vida cuando le conté lo que andaba haciendo por aquí. Tras llegar a la conclusión de que debería dedicarme a ser profesor particular o médico en el Tercer Mundo (?) me empezó a hablar de todo un poco. Cuanto más hablábamos más convencido estaba de que este muchacho no tenía ni un solo amigo. Este hecho quedó confirmado cuando me comentó que se pasaba cada día a ver qué había rebajado en una tienda de electrónica después de enseñarme, orgulloso, un miniaspirador rosa con forma de margarita que había conseguido allí por dos dólares. Tengo que agradecer a la hermana de Brian, una niña de 12 o 13 años, que me lo quitara de encima. Llegó a buscarle justo cuando me comentaba que a veces tenía ideas extrañas, como que cada vez que alguien abría una taquilla había un mecanismo conectado a un gatillo de una pistola en el interior de la misma, de manera que ésta disparase en la cara al infortunado que la abriese...
En otra ocasión, un vagabundo, o al menos como tal vestía y olía, vino a pedirme si podía ver su e-mail en mi ordenador. Acepté, claro. Yo, que soy un poco cotilla y que no quería que este hombre, del que no recuerdo su nombre, me involucrase en algún caso de tráfico de órganos, me quedé a su lado vigilando. Me resultó cuanto menos curioso comprobar que efectivamente, tenía dos mails. Eran de dos tiendas de instrumentos musicales de Londres, que le respondían una consulta sobre el precio de unos oboes. Apuntó en un papel las direcciones de estas tiendas y se marchó sin despedirse ni agradecer nada.
Como he dicho, la densidad de chalados en esta ciudad es sorprendentemente alta. Así que tampoco es imprescindible venir a la bilbioteca para encontrárselos. Sin ir más lejos, el viernes pasado volviendo a casa el metro estaba lleno, así que nos sentamos al lado de dos venerables ancianos. Uno de ellos nos saludó con un "join the happy family!!!" y una fantástica sonrisa. El otro, que lucía una barba blanca de unos 20 centímetros, resultó ser chileno y tuvo una interesante y larga charla con Paula sobre los indios mapuches. Yo no tuve tanta suerte, tras un esperanzador comienzo de animada conversación con el anciano de imperturbable e inesperada sonrisa tuvo a bien terminarla prematuramente de una manera bastante tajante. Como me pareció una buena forma de finalizar cualquier conversación utilizaré la pregunta que me hizo a la que siguió un incómodo silencio para acabar esta entrada. Que cada uno piense qué habría hecho en mi lugar. Sin venir a cuento, me soltó: "Dime, ¿conoces a Jesús?"
(Para confirmar lo escrito, mientras escribía este post en la citada biblioteca, y juro que esto es cierto, se me ha sentado al lado un tipo de unos 55-60 años, con una gorra de los Yankees, aspecto descuidado, olor dulce y ojos muy azules. Me ha preguntado, en voz muy alta: "¿Sabes por qué estás vivo?" Sin esperar respuesta, se ha contestado a sí mismo: "Porque tienes el cerebro caliente. No era tan fácil en la edad de piedra". Dicho lo dicho, se ha puesto a leer un folleto que traía para la admisión de nuevos alumnos en la Universidad de LaTrobe. Dos minutos después, se ha levantado y se ha ido. Que alguien se atreva a decirme que éste no es lugar fascinante.)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Otro duro día en la oficina

Escribo estas letras desde la biblioteca de Melbourne, a donde vengo cada tarde desde la semana pasada después de salir de mi nuevo trabajo como restaurador en una cadena de comida rápida llamada "In a rush"...
A la espera de conseguir un trabajo como Dios manda y mientras me decido a abandonar este país, ando haciendo un dinerito. Entre mi trabajo en este sitio y mis noches como camarero-estafador en el Colmao me saco casi el doble del sueldo que tenía en Madrid como científico, trabajando menos horas. Así está el mundo, así está España.
El establecimiento en el que trabajo está cerca de un núcleo financiero, por lo que realmente sólo hay un rato medio agobiado durante todo el día, entre las doce y las dos del mediodía. Durante ese par de horas un montón de ejecutivos agresivos estresados, en mangas de camisa y con cara de urgencia escatológica vienen a recoger su sopita para llevar para tomársela delante del ordenador donde sin duda andan resolviendo los problemas mundiales. Durante el resto del día puedo hacer lo que me da la gana en mi oficina.
Mi oficina-cocina-laboratorio, de unos 3 m2, consta de una nevera enorme, un horno, un microondas y una pila. Allí preparo muffins, sandwiches y ensaladas para lo mejorcito de la sociedad australiana. Pobre gente, si supiera que soy yo el que prepara esos platos con esos nombres tan bonitos... Walnut-avocado salad, pumpkin and roquette in ricotta sauce... Lo hago todo a mi ritmo, como me da la gana, nadie me pide explicaciones, así que no me puedo quejar.
Mi compañera de trabajo responde al nombre de Bromwin y es neozelandesa. Puede tener 20 años igual que podría tener 30. Me recuerda a estas holandesas grandes que se ponen muy rojas en cuanto hacen cualquier cosa. Y una de dos, o lo ha visto ya todo en la vida, o carece de cualquier interés por lo que pueda suceder en el planeta tierra. Me pregunto a cuántos españoles habrá conocido para no haberme hecho ni siquiera una pregunta sobre mi país. He desistido de tener una conversación con ella tras percatarme de que sólo es capaz de responder dos cosas: "not really" y "why not". Me pareció que el otro día sonreía, pero no estoy muy seguro. Lleva dos meses en Melbourne y dos meses trabajando en ese sitio. La insondable y atemporal Bromwin parece ser una persona bastante plana...
El manager del restaurante es de Miami. Y éste por lo visto no es un dato cualquiera, ya que se lo repite a todo el que se le acerca. Porque aunque es mulato y habla español con un perfecto acento cubano, él es de Miami. Álex, que así se llama, es un tipo muy gracioso. Pasa la mayor parte del tiempo contándome todas las "nenas" (como las llama él, el último romántico) con las que ha estado en su vida. Como ya he dicho, me deja hacer lo que me viene en gana. Además, el hasta ahora único consejo que me ha dado para mi trabajo es que robe todo lo que pueda. Me ha confesado que en su casa todos comen de lo que él se lleva del trabajo. Como soy una persona obediente, cada día lleno mi despensa con lo que me cabe en la mochila... me pregunto si tendré tiempo de comerme todo lo que me estoy llevando. Álex es el encargado de elegir la música que se pone en nuestro restaurante, y resulta que es un gran amante de la música house. Así que me paso el día cocinando con obras de música electrónica de letras fascinantes repetidas una y otra vez que, oh, imaginación al poder, se corresponden con el título de la canción. Son pura poesía: "Don't leave me but don't love me", "Between 17 and 21 you are having fun" y la que sin duda es mi favorita, la intrigante "Touch me in the morning"...
No es raro que al salir de mi cuevita-cocina para echar una mano sirviendo sopas me encuentre a Alex marcándose unos pasos de baile con la caja resgistradora y a Bromwin al lado, apoyada en una columna, impasible y colorada, con la mirada perdida en los expositores de bollería. "Me paso el día decidiendo qué es lo próximo que me voy a comer", me confió esta mañana en un alarde de locuacidad inusitada...
En fin, que mientras veo hacia dónde doy mi próximo paso y me sale algo de lo que ando pidiendo esto es lo que he encontrado para pasar el rato. Debo confesar que no me desagrada en absoluto y si me sirve para hacer unos ahorrillos, que diría mi abuela, pues tanto mejor. Además, con este trabajo he descubierto el inmenso placer que es salir por la puerta del trabajo y no llevarse absolutamente ningún problema a casa. Lástima que por aquí dentro tenga ganas de hacer otras cosas... Pero vamos, no me puedo quejar, esto es mucho mejor que pasarse las horas en casa mirando la pared, eso sí, siempre que no me descubra a mí mismo mirando el expositor de bollería.
(Prometo intentar adjuntar fotos de todo lo que hablo en un futuro próximo... Prometo intentar... qué bueno eso, me gusta)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Stop the train I'm leaving

Ignacio, chileno, es ingeniero civil y trabaja sirviendo sangría y tortillas de patatas en un restaurante llamado "Colmao Flamenco", en Melbourne. La sangría, las tortillas, las croquetas y todo lo demás que sirve Ignacio lo prepara Elberto, de Bogotá, Colombia. Colombiana también es Ingrid, arquitecta, que limpia oficinas por las tardes un par de horas. Ingrid es compañera de Paula, argentina y comunicadora, que trabaja además de camarera en un café francés cuyos dueños son surcoreanos. Los sábados Paula trabaja en un restaurante italiano en el que el cocinero es pakistaní. Igual que Kahn, que también es cocinero y también es pakistaní, pero éste trabaja en un restaurante vasco haciendo paellas con chorizo. Restaurante vasco cuya dueña es una australiana. Allí, por lo que parece, no hay hueco para mí, como tampoco lo hay en otros restaurantes donde intentó trabajar Raphaela, suiza y enfermera de formación que anda buscando trabajo de lo que sea...
A todo esto, Ignacio es compañero mío. Yo, que tengo que poner un poco de cordura a todo esto, ando ejerciendo como doctor en farmacia trabajando de camarero en el susodicho "Colmao Flamenco". Yo, español, trabajo en un restaurante español. Como debería ser. Así que podría decir que soy inmune a esta vorágine globalizadora en la que encuentro inmerso si no fuese porque mientras escribo estas líneas estoy tomándome un mate...

Para mí que el mundo se ha vuelto loco y nos ha descolocado a todos un poquito. ¡Paren el tren que me bajo!