martes, 3 de mayo de 2011

De cañas

Hemos vivido 29 años juntos, y pese a ello no tengo la menor idea de cómo funciona mi mente. Sí, obviamente, he conseguido cierto grado de poder sobre ella, soy capaz de apartar ciertos temas a rincones oscuros, puedo centrar toda mi atención en la resolución de un Sudoku Samurai, incluso mis esfuerzos como domador me han llevado a hitos como sonreír cuando quiero llorar. Casi nada. Sin embargo, hay unos cuantos procesos incontrolables que se activan sin que yo pueda ejercer control sobre ellos. A veces son recuerdos que vienen de no sé dónde sin saber por qué, en ocasiones son intuiciones que se vuelven certidumbres sin necesidad del menor indicio… Supongo que a todo el mundo le pasan cosas parecidas, al fin y al cabo mi cerebro no es tan distinto al tuyo, por ejemplo.

Uno de estos mecanismos cerebrales me fascina cuando lo observo. Creo que es mi rareza mental favorita, aunque debo admitir que también me genera cierta inquietud. Tengo por ahí dentro un resorte, o algo por el estilo, que en el momento menos esperado, salta. (Nada raro hasta aquí). Este resorte, que es como un interruptor, genera conclusiones claras, cristalinas, casi tocables de razonamientos que ni siquiera existen. Las suelta así, como si nada, en el centro de mis pensamientos. Como suena. Después mi cerebro y yo, no sin esfuerzo, tenemos que trabajarnos un camino inverso, desde esta conclusión vamos generando el razonamiento que le dé lógica. Todo en unos momentitos. Ja. Voy a ilustrarlo con un ejemplo real, que sucedió hace unos días y que es el que me ha llevado a escribir esto que así, de primeras, está sonando raro.

Situémonos en la Calle Mayor de Madrid, en el Bar Postas, un domingo por la mañana, mañana gris y lluviosa por cierto. Cualquiera que conozca mínimamente Madrid sabe que una persona en sus casillas no se mete así como así en un bar del centro un domingo por la mañana, y menos si la mañana es gris y lluviosa. Sólo hay dos excepciones plausibles para este peligroso comportamiento: o le estás enseñando la ciudad a un conocido, amigo, amante o has sufrido un ataque psicótico que te empuja al asesinato de manera irrefrenable. Yo me encontraba, afortunadamente, dentro del primero de los grupos enseñándoles la cara vieja de Madrid a mis sobrinos, de 2 y 3 años, en compañía de mis padres.

Bien. Estamos entonces en un muy madrileño bar delante de unas cañas bien tiradas y bien frías. Somos mi padre y yo proclives a trascender conversaciones tópicas, así que comenzamos a charlar sobre la influencia del continente en el sabor de la cerveza. En un giro inesperado, mi padre comenta que Lufthansa, fiel a sus costumbres germanas, sirve la cerveza de sus vuelos en botellas de cristal (“ajena a esa leyenda del ahorro por la aceituna en la ensalada”, trasciende él). Y justo en ese instante, pim. Mi mente genera la siguiente conclusión, ante la sorpresa del resto de mi masa pensante: has tenido una fortuna increíble disfrutando de cuatro meses de viaje sin dinero por el Sudeste Asiático. Inquieto, trato de mantener el nivel durante el resto de la conversación mientras mi cerebro empieza a trabajar buscando una explicación a esta afirmación en un complejo y rápido proceso en el que se van afirmando y descartando opciones, algo así más o menos...

Al que le gusta viajar, le gusta viajar. Y viajar, todos sabemos, y bien lo explica la frase manida (no hay frase manida que no sea tristemente cierta) no es ir del punto A al B. Eso es trasladarse, moverse o como quiera llamarse. Viajar es sumergirse y respirar. Viajar es descubrir cómo se vive e intentar comprender cómo se siente la persona del lugar en el que estás. Y que un alto ejecutivo de denso y rubio bigote, pese a la aceituna de la ensalada, haya luchado por el vidrio frente al ligero aluminio es un fantástico detalle para el viajero. Porque que un alemán te sirva una cerveza en cristal (que no es cristal, es vidrio), te habla de su gente, de sus costumbres, de lo que saben y de lo que les gusta, de su manera de ser y de que sí, son alemanes y mantienen el vidrio pese a la aceituna. Porque este hecho va en contra de la tendencia universal que tiende a convertir el viaje en algo totalmente insustancial, aséptico e indoloro… en un mero traslado.

No ocurre así si uno viaja con los dólares contados por el sudeste asiático. En ese caso, el mensaje cultural no viene de manera elegante, miniaturizado y envasado en botella de vidrio, como hacen los alemanes. Viajar con 25 personas en una furgoneta a 130 km/h, entre viejos y enfermos, entre mercancías ilegales, paquetes de tabaco escondidos debajo de la ropa, suciedad, miradas amenazadoras… todo ello te da una clara idea de la falta de respeto por todo que reina en Vietnam. Bajarte y sentarte, en ritual silencio, por tercer día consecutivo, al lado de un autobús averiado, vehículo que sería ya viejo cuando se compró, bajo un sol dañino, a 40ºC, te revela la resignación que genera la total pobreza que reina en Laos. Soportar durante 4, 5 horas, una eternidad, un karaoke de música tradicional a todo volumen emitido en una televisión de ultimísima generación en un bus que difícilmente se mueve te afirma en la continua contrariedad que es Camboya. Observar desde tu moderno tren, en un microclima generado por un desaforado aire acondicionado cómo entras en la moderna ciudad de Bangkok con personas tumbadas en cualquier lugar, de cualquier modo, muertas de calor, te obliga a darte cuenta de la cara desagradable de los nuevos ricos.

Y entonces caigo en que yo, que me gusta viajar, o al menos así afirmo orgulloso en las reuniones sociales, he tenido una inmensa fortuna por poder vivir todo esto. Porque si lo hubiese hecho con unos dólares más, nada habría existido, ni furgonetas ni averías ni karaokes, ni gente.

Por nuestra Europa, sin embargo, el que viaja económicamente se asegura un traslado impersonal, borreguil, maleducado y ciego. Quiero no pensar que, al igual que en el otro extremo del mundo, ello es fiel reflejo nuestro modo de ser y de pensar. Prefiero pensar que desgraciadamente en esta parte del mundo en la que todo ya se compró, nada es gratis. Al fin y al cabo, de manera inversa a lo que ocurre allí, por un poco de dinero más tienes cultura embotellada.

Llegados a este punto, mi cerebro se ha calmado, satisfecho de nuevo por haber encontrado una vez más una explicación al inexplicable comportamiento de mi mente, por haber puesto principio y fin al razonamiento que generó la conclusión. A todo esto, la caña se ha acabado y Andrea, que a ese nombre responde mi sobrina, me devuelve a la realidad, lejos de tanta conclusión y tanto razonamiento que, en realidad, no sirven para gran cosa, como casi todo lo que hace mi mente. Andrea, que no sabe qué hace, o sí, me pide una aceituna.

Recuerdos II

Respuestas a una pregunta.

¿Cuándo piensas escribir sobre tus viajes, sobre tus recuerdos?

Todo recuerdo es una mentira. No hay recuerdo objetivo, no hay recuerdo que refleje una realidad aséptica. Desde el momento en que un hecho pasa a formar parte de tu bagaje mental, estás vistiendo tu recuerdo con sensaciones, intereses y fantasía. Mucha fantasía.

No comparto la idea general que afirma que el tiempo tiende a dulcificar los recuerdos, a quitarle a la realidad la capa desagradable que la envuelve. Las peores etapas de mi corta vida las sigo recordando como amargas. Poniéndome en un extremo irracional, (ya sé), nunca escuché la muerte de un ser querido entre carcajadas, o una enfermedad, un accidente de coche, ni siquiera una visita al dentista como si fueran un chiste.

De modo contrario, los recuerdos que vienen a mi presente con una sonrisa fueron, en realidad, buenos. Creo que el ser humano tiene una molesta tendencia a despreciar el momento, a dramatizar y desaprovechar su tiempo. Y por ello, hechos que en realidad son gratos se viven como fatales para después, recordarlos alegre con la tradicional coletilla de “entonces no nos reíamos, pero recuerdas cuando…”. Son las anécdotas que uno escucha sobre depósitos de gasolina vacíos, personajes que pasaron por tu vida o comidas exóticas.

El recuerdo es siempre exagerado, minimizado o corregido por el que lo vivió contigo. Error. El recuerdo es tuyo, sólo tuyo. Además, probablemente, ese recuerdo no será el mismo unos días después. Porque el recuerdo evoluciona respecto a la realidad y respecto a sí mismo. El recuerdo cambia dependiendo del ambiente y la compañía en el que se le haga retornar, de la necesidad de tenerlo presente. Es el recuerdo, así pues, una mentira al cuadrado, una mentira evolucionada, una historia irreal sobre un fondo vivido.

El recuerdo, por lo tanto, cuanto más lejano, más fantástico se va volviendo. Y sin embargo, más real.

Precaución con los recuerdos que vienen sin ser llamados, y más todavía a los que no se dejan salir nunca… Los recuerdos hay que airearlos de vez en cuando para que no se vuelvan oscuros y dañinos.

Ojo a los recuerdos que comienzan por un “me acuerdo perfectamente de…”. Ese momento, sin duda, supuso algo especial sentimentalmente para el narrador, por lo que esa anécdota debe ser tomada con la veracidad que en realidad tiene. O no. Porque qué es en realidad un recuerdo si no lo que significa para el que lo posee. Qué es un recuerdo si no las sensaciones que te transmite.

En fin, recuerdos.

Se me pregunta cómo lo pasé. En mi boca aparecen un bien y una sonrisa. Se me pregunta si lo recomiendo, si lo volvería a hacer. A mi boca vienen un no y una sonrisa.

Escribiré, y que cada uno lea lo que quiera. Porque todo es mentira, mi mentira.

Recuerdos I

Tengo sus cartas guardadas en un cajón. Él me dio las que yo le envié. Creo que ésas ya las quemé. Y yo digo, ¿eso a quién le puede importar? El día que yo me muera, quién va a leer todo eso… Qué vergüenza. Y tengo fotos de todos los veranos que pasaba con mis amigas. Fotos mías en bikini… (silencio orgulloso). Dime tú qué puede importar a nadie ya eso –susurro-. (Café) (Silencio).

Ya sabían. Todas escuchaban y asentían. En un rito de leyes por todas conocidas. Hacía tiempo que habían olvidado porqué eran amigas. Hacía años que venían haciendo esto. Y cada semana, cafés, té y manzanilla, por la tensión, se reunían y hablaban. Sabían a qué iban y qué podían esperar. Les gustaba. Lo necesitaban.

A los 17 años falleció mi madre. Como hermana mayor que era, tuve que vaciar su casa de todos sus recuerdos. Como no puedo permitir que nadie que me quiera pase ese trago, hace años que vengo destruyendo mi rastro.

Era recurrente. Sus vidas caían inevitablemente en un vacío monótono. En cada reunión, el proceso siempre era el mismo. Los nietos cada vez mayores. Sus vidas camino de la felicidad. Los hijos, bien gracias. Él siempre fue así, ya sabes. De vez en cuando había alguna noticia nueva (una muerte, una operación, un divorcio tardío) que animaba el café, o el té, o la manzanilla por la tensión. Según avanzaba la tarde en un proceso inevitable, su conversación marchaba hacia sus recuerdos.

Lo guarda todo. Todo. Y de verdad que no sé porqué lo hace. Dice que cuando tenga tiempo lo va a ordenar. Tiene cajones llenos en el trastero… (sonrisas). Y ya me dirás. Va a acabar en la basura. Pero claro, a ver quién tira eso. Hay una vida guardada ahí. Son muchas cosas… No va a tener tiempo… (Silencio) (Ventana)

Llegadas a este punto, todas sabían que los turnos pasaban. Las piernas empezaban a cruzarse y descruzarse. Sabían que la reunión se acababa. Se iban vaciando las tazas. Cada semana, desde hacía mucho más tiempo que el que podían recordar, el proceso se repetía. Parecían incómodas con esta parte, pero había que pasarlo. Rito sagrado, provocaba que se separaran con una extraña y reconfortante sensación de alivio. Una más y comenzarán a mirar sus relojes, a hablar de cenas por preparar y ropas por tender. Los nietos, ya sabes. No pueden esperar, ya sabes. Hasta la semana que viene. Cuídate.

(Silencio)

Mi madre está extraña…

(Miradas confusas, -guión roto-, piernas descruzadas, sorpresa).

Se va recuperando, y no es ella ya. No pregunta, no se inquieta… No me ha pedido el reloj. No recuerda nada. Está tranquila… Tiene paz. (Lágrima).

(Toses, sillas que crujen. Miradas al techo.)

Yo me tengo que ir, los nietos, ya sabes.

Para mi abuela. 25-4-2011