No me lo explico. De verdad que no me lo explico. Puedo comprender que haya gente resignada por la falta de recursos, por las inclemencias del universo en el que se mueve (sentimentales, climatológicas o las que sean) o por un destino inmerecido. Pero no puedo explicarme que se tenga tanto, tan hermoso, que se puedan hacer las cosas bien y aún así se haga todo tan mal. Porque Bangkok está simple y llanamente mal hecha. Bangkok es el caos. No va Tailandia por el camino de dejarme un buen recuerdo. Salí espantado del gran prostíbulo que es Phuket y me marcho indignado del agujero caótico que es Bangkok.
Lo primero que uno ve cuando entra en esta ciudad por tren son kilómetros y kilómetros de chabolas. A centímetros de las vías. El tren, que va inexplicablemente despacio, se va parando en estaciones en las que nadie que quiera conservar su epidermis intacta se bajaría jamás. Después de unos 40 minutos de miseria, por la ventana se empieza a distinguir una ciudad, con sus rascacielos al fondo, sus barrios residenciales… y uno piensa que ya va llegando a algo soportable. Pero no lo es.
Moverse por Bangkok es desagradable. Primero y principal, porque es una ciudad descomunal, y esas dos pagodas que parecen tan cercanas en el mapa están en realidad separadas por 5 kilómetros. Si lo quieres hacer caminando, tienes que ir dentro de una nube de contaminación que se puede tocar, en compañía de timadores de todo tipo, puestos de venta ambulantes (de comida, flores, libros,relojes, todo, absolutamente todo) que emanan olores nauseabundos… y suciedad, suciedad por todas partes que transmiten la misma sensación de dejadez exasperante que tuve en Patong. Si no quieres andar, la alternativa supone a)coger un tuk-tuk -una especie de triciclo-taxi-, que invariablemente no te va a llevar donde tú le ordenes, sino a las tiendas que le pagan una comisión para que lleve turistas; b)coger un taxi cuyo chofer te va a jurar y perjurar que el templo que quieres visitar ha sido destruido por un ataque alienígena y que te va a llevar a un lugar mucho mejor… que es una tienda donde le dan comisión por llevar turistas; o c)coger un autobús público con suelos de madera que tardará una hora de reloj en hacer esos 5 kilómetros. Si caminas, te enfrentas a un pasotismo intolerable, si te llevan, te enfrentas a la miseria humana. Porque en este lugar a uno intentan estafarle de manera continua. Parece ser que el hecho de que tengas piel blanca conlleva que tu billetera rebosa dólares… Así, en la cuenta de los restaurantes, en tiendas, en ventas de billetes, en todos sitios, hay misteriosos, ligeros e inexplicables errores que favorecen siempre al sonriente tailandés. A mí, sinceramente, el hecho de tener que estar continuamente defendiéndome me quita las ganas de conocer nada.
Lo más fascinante es que hay gente que se siente atraída por esto. Hay miles y miles de occidentales paseando por las peores calles de Bangkok, las más abarrotadas, con sonrisas en la cara, sentados en terrazas de bares, disfrutando del espectáculo. Hay quien vuelve a esta ciudad año tras año, verano tras verano… a moverse entre inmundicia, estafa y dejadez. Para mí, un misterio aún mayor que la inexplicable resignación del pueblo tailandés.
Tailandia es un país rico, además de ser el más importante e influyente de esta parte del mundo. Tienen un legado histórico impresionante. Estos días en Bangkok he visto algunos de las creaciones humanas más hermosas de mi vida. Informándome últimamente sé que no tienen precisamente la clase política más honrada del planeta, ni la más estable. Estoy convencido de que aquí están robando todo lo que pueden. Pero aún así me es inexplicable que nadie, ni gobernante ni ciudadano, tenga el mínimo interés en cumplir las mínimas normas higiénicas y de respeto. Aunque sea por el turismo del que viven. Tienen unos jardines fantásticamente cuidados, en los que pasean las ratas esperando que tires la comida que te sobra. Parques espectaculares a la orilla del río, donde no se puede respirar por el olor fatal que desprende algo/alguien que se pudre. Y todos, locales y visitantes, lo aceptan e incluso lo celebran…
Creo firmemente que Bangkok es un ejemplo de fracaso de la “civilización”. Miles de calles desordenadas, sucias y bloqueadas, un transporte público caótico e inútil, inmundicia allí por donde andas , una falta total de educación y respeto… y mucha, demasiada gente en todos sitios. Y a nadie, absolutamente a nadie, le importa nada un bledo. Tengo que volver allí en marzo para volver a Europa. Ojalá no tuviese que hacerlo.
Lo primero que uno ve cuando entra en esta ciudad por tren son kilómetros y kilómetros de chabolas. A centímetros de las vías. El tren, que va inexplicablemente despacio, se va parando en estaciones en las que nadie que quiera conservar su epidermis intacta se bajaría jamás. Después de unos 40 minutos de miseria, por la ventana se empieza a distinguir una ciudad, con sus rascacielos al fondo, sus barrios residenciales… y uno piensa que ya va llegando a algo soportable. Pero no lo es.
Moverse por Bangkok es desagradable. Primero y principal, porque es una ciudad descomunal, y esas dos pagodas que parecen tan cercanas en el mapa están en realidad separadas por 5 kilómetros. Si lo quieres hacer caminando, tienes que ir dentro de una nube de contaminación que se puede tocar, en compañía de timadores de todo tipo, puestos de venta ambulantes (de comida, flores, libros,relojes, todo, absolutamente todo) que emanan olores nauseabundos… y suciedad, suciedad por todas partes que transmiten la misma sensación de dejadez exasperante que tuve en Patong. Si no quieres andar, la alternativa supone a)coger un tuk-tuk -una especie de triciclo-taxi-, que invariablemente no te va a llevar donde tú le ordenes, sino a las tiendas que le pagan una comisión para que lleve turistas; b)coger un taxi cuyo chofer te va a jurar y perjurar que el templo que quieres visitar ha sido destruido por un ataque alienígena y que te va a llevar a un lugar mucho mejor… que es una tienda donde le dan comisión por llevar turistas; o c)coger un autobús público con suelos de madera que tardará una hora de reloj en hacer esos 5 kilómetros. Si caminas, te enfrentas a un pasotismo intolerable, si te llevan, te enfrentas a la miseria humana. Porque en este lugar a uno intentan estafarle de manera continua. Parece ser que el hecho de que tengas piel blanca conlleva que tu billetera rebosa dólares… Así, en la cuenta de los restaurantes, en tiendas, en ventas de billetes, en todos sitios, hay misteriosos, ligeros e inexplicables errores que favorecen siempre al sonriente tailandés. A mí, sinceramente, el hecho de tener que estar continuamente defendiéndome me quita las ganas de conocer nada.
Lo más fascinante es que hay gente que se siente atraída por esto. Hay miles y miles de occidentales paseando por las peores calles de Bangkok, las más abarrotadas, con sonrisas en la cara, sentados en terrazas de bares, disfrutando del espectáculo. Hay quien vuelve a esta ciudad año tras año, verano tras verano… a moverse entre inmundicia, estafa y dejadez. Para mí, un misterio aún mayor que la inexplicable resignación del pueblo tailandés.
Tailandia es un país rico, además de ser el más importante e influyente de esta parte del mundo. Tienen un legado histórico impresionante. Estos días en Bangkok he visto algunos de las creaciones humanas más hermosas de mi vida. Informándome últimamente sé que no tienen precisamente la clase política más honrada del planeta, ni la más estable. Estoy convencido de que aquí están robando todo lo que pueden. Pero aún así me es inexplicable que nadie, ni gobernante ni ciudadano, tenga el mínimo interés en cumplir las mínimas normas higiénicas y de respeto. Aunque sea por el turismo del que viven. Tienen unos jardines fantásticamente cuidados, en los que pasean las ratas esperando que tires la comida que te sobra. Parques espectaculares a la orilla del río, donde no se puede respirar por el olor fatal que desprende algo/alguien que se pudre. Y todos, locales y visitantes, lo aceptan e incluso lo celebran…
Creo firmemente que Bangkok es un ejemplo de fracaso de la “civilización”. Miles de calles desordenadas, sucias y bloqueadas, un transporte público caótico e inútil, inmundicia allí por donde andas , una falta total de educación y respeto… y mucha, demasiada gente en todos sitios. Y a nadie, absolutamente a nadie, le importa nada un bledo. Tengo que volver allí en marzo para volver a Europa. Ojalá no tuviese que hacerlo.
Lamento que estos viajes te estén dejando semejante sabor de boca. Lo cierto es que la imagen que transmite este tipo de ciudades es precisamente la que describes en tu entrada, aunque no me imaginaba que lo de las tiendas con comisión fuera así de crudo. Bien que lo siento.
ResponderEliminarPor lo demás, espero que el 2011 te siga trayendo nuevas aventuras y, sobre todo, que nos traiga de vuelta a nuestro peculiar Indiana Jones. Un abrazo enorme desde los trescántidos,
Nacho.
Un consejo: no vayas a India.
ResponderEliminarOtro consejo: ve a Nepal.
Ya me he puesto al día, así que puedes seguir escribiendo ;)