sábado, 18 de noviembre de 2017

De la sordera, la ceguera y la idiotez

Hace unas semanas, escribiendo sobre el nacimiento de Santiago, defendía que el olvido del parto por parte de la madre es la razón que explica que la raza humana haya llegado hasta el siglo XXI. Reflexionando un poco más sobre el tema debo admitir que fue un análisis muy incompleto. La evolución también nos ha dotado de otra virtud, al menos igual de importante, que permite que nos sigamos multiplicando. Se trata de una virtud compleja, secuencial.

Una parte de esta virtud es la ceguera y sordera preparental. A diferencia del olvido del parto, que supongo que solo afecta a las madres (y a los padres que asisten al nacimiento de sus hijos bajo el efecto de los ansiolíticos) la ceguera y sordera preparental afectan a ambos. Estos atributos son especialmente acusados en aquellos afortunados humanos que gozan de un fuerte instinto de paternidad. Es fácil deducir en qué consiste este pequeño milagro evolutivo: los futuros padres primerizos no escuchan y no ven, o mejor dicho, deforman lo que ven. Pongo algunos ejemplos prácticos, todos ellos basados en mi propia experiencia, de conversaciones y situaciones vividas antes de que Santiago viniera a aderezar mi aburrida existencia.

- "Duerme ahora que puedes porque vas a ver... olvídate de dormir".  Yo, como futuro padre pensaba que algo menos dormiría, sí, que estaría un poquito más cansado de cuando en cuando. Que habría noches un poco más difíciles. No. Tu hijo se va a despertar berreando tres, cuatro, cinco, veinte veces por noche. Eso es normal. Pero es que para el padre primerizo lo que uno conoce como sueño, esto es, unas cuantas horas de desconexión continuada, desaparece. Queda sustituido por una especie de calma tensa en la que todo tu organismo está atento al mínimo movimiento de la criaturita. Al menor estímulo uno salta. Los momentos más agobiantes de mi vida hasta hoy han sido esperando volver a escuchar la respiración de Santiago cuando cambiaba de posición o respiraba bajito. Qué horror. El caso es que durante meses, esto es, durante cientos de noches, no hay descanso nocturno. Como consecuencia, los días correspondientes se viven como dentro de una neblina en la que el cerebro está haciendo un esfuerzo ímprobo para mantener el rumbo y la dignidad. La sensación de estar descansado desaparece. Espeluznante.

- "Aprovecha para hacer TODO lo que te gusta, porque tu vida, tal como la conoces, se acabó". Otra exageración, piensa uno. Pero cómo no voy a tener tiempo para tumbarme a leer plácidamente, cómo no voy a poder ver los partidos del Madrid, cómo no voy a poder salir de cuando en cuando a tomar unas cañejas. Y no. No se puede. Porque tu existencia está comandada por las necesidades de un animal que requiere atención continuada, o para decirlo correctamente, que el padre primerizo cree que requiere atención continuada. Y los raros momentos en que tienes tiempo para hacer algo para ti cualquier actividad supone tal esfuerzo debido a la fatiga, que duermes.

- "Vas a desaparecer para tu mujer". Pero eso es imposible, con lo felices que somos juntos que vamos a tener un hijo... éste tiene problemas en su matrimonio y se los achaca al nene. Ayyyy inconsciente. Después del nacimiento del primer hijo, el hombre pasa a ser otro objeto utilitario más de la casa, como la lavadora, o el carrito de la compra. Un poco más completo, una especie de Thermomix. Sin ningún período de transición que dulcifique un poco el proceso, de la noche a la mañana todas las atenciones, cariños, miradas y demás muestras de afecto son dedicadas a un ser diminuto que se caga encima. El humano macho queda reducido a un asistente, un mozo de carga, una mula, algo así. Afortunadamente la hembra humana, sin duda por pena, suaviza un poco la situación con el paso del tiempo. Pero solo un poco.

Hay muchas otras advertencias que un padre primerizo recibe como "detestarás el parque sobre todas las cosas", "vas a pasarte un año enfermo" o "estarás siempre, siempre, siempre preocupado por algo" que son absolutamente ciertas. La más directa me la dio una persona muy querida cuyo nombre no desvelaré por si sus hijos leen un día estos textos... "A Paula y a ti se os ve muy bien, quedaos así, en serio, no tengáis hijos, los hijos son una lata". Obviamente, no escuché a ninguno de ellos.

No menos reveladores sobre la sabiduría de la madre naturaleza son los casos de ceguera prepaternal, o mejor dicho, deformación visual prepaternal. Un par de ejemplos:

- Los niños que chillan como bestias en supermercados, ascensores y restaurantes. Qué maleducados, piensa uno, mi hijo no será así. Mi hijo dormirá plácidamente, o disfrutará ensimismado con mis declamaciones de Hesíodo. Y mira cómo el padre no hace absolutamente nada... Inevitablemente, meses, años después eres tú el que soporta, un tanto indiferente, la mirada indignada de ese jovencito que piensa que su futuro hijo jamás estará totalmente fuera de control en un tren, durante horas...

- Cuántas veces le han enseñado a uno dibujos horrendos, líneas sin sentido, collages indescifrables, ceniceros que deberían tener forma de corazón y parecen berenjenas. Tú respondes uy qué boniiiiiitooooo pero en realidad piensas... este desgraciado, su hijo tiene un ojo vago y mira lo orgulloso que está. Será capaz de no reconocer que ese bodrio es horroroso... pobrecito mío. Pues bien, hoy, en mi mesa de despacho tengo dos fascinantes pinturas abstractas de Santiago, ambos regalos de cumpleaños. Y es que un prepadre no ve y desde luego no comprende todo lo que hay detrás de esa mancha azul que debería ser un árbol y que tu hijo ha hecho para ti.

Otros ejemplos más básicos pero no menos reales: uno no se da cuenta de las ojeras de los padres alrededor, de las persecuciones desesperadas tras el muchachito que se embala hacia el paso de cebra, no se ve que los niños desobedecen por principio, que hay un momento en que empiezan a llevar la contraria porque sí, que saltan en los charcos, que lo ensucian todo, siempre, que les gusta mucho más destruir que construir, que son máquinas de desordenar, de producir detritos... o sí, sí se ve. Pero uno piensa que eso son los niños de los otros, de los malos gestores, educadores deficientes. Que con todo mi amor, mediante la discusión, el razonamiento y métodos de hipnosis, mi hijo no será así. Iluso.

Lo dicho, la sordera y la ceguera prepaternales han ayudado a llegar hasta aquí, sí. Pero eso no son suficientes para asegurar la supervivencia de la especie. En algunos casos graves, como es el mío, la ceguera y la sordera prepaternal se convierten en inconsciencia/idiotez/chulería prepaternal. Ésta es la otra parte de la virtud que nos ha regalado la evolución. En algunos casos, digo, uno decide tener otro hijo, y no solo eso, uno está convencido de que esta vez, con todo lo aprendido, dormirá tranquilo, la vida marital no variará en absoluto, imposible que esta vez el nene se ponga a chillar inconsolable en el Carrefour... Uno cree ir en contra de la evolución cuando lo único que se hace es alimentarla. Inconsciencia e idiotez, algo de chulería, poco más hay que decir. Y los hay peores. Hay quien tiene tres, cuatro, cinco hijos. Voluntariamente. Eso ya es deformación por extremismo religioso, masoquismo o absoluto desprecio a la propia persona por el bien de la humanidad (héroes no reconocidos que ayudarán a pagar mi pensión).

Es verdad que al menos se aprende en el proceso. Se comienza a escuchar a los demás padres. Y se ve a los demás niños de un modo indulgente. Lo que es muy muy inquietante es que, invariablemente, cuando hablo de todo esto con los padres más veteranos, el comentario que siempre recibo como respuesta es: no te quejes, que lo peor está por llegar. Me gustaría no haberlo escuchado.

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