domingo, 12 de noviembre de 2017

Consejo

Según voy juntando años me voy volviendo (más) indeseable. Soy de ésos que dice "a mí no me gusta dar consejos" justo antes de clavar una recomendación vital al que generalmente viene buscando desahogo y no recetas mágicas para mejorar su existencia. Tengo un montón de recomendaciones para dar, de diferentes fuentes, desde las recibidas de los sabios que he conocido a las del horóscopo del Cosmopolitan. Sin embargo, me siento especialmente orgulloso de los consejos que he elaborado en base a mi experiencia vital, y eso los digo con la introducción habitual de "mi corta vida me ha enseñado que..." o el peor todavía "lo que yo me aplico es lo siguiente...". Ahí hincho el pecho y suelto el consejo con un tono de voz cómplice. Lo dicho, un indeseable.

Últimamente, como tengo varias personas a mi cargo en el laboratorio, me veo en la obligación de dar muy frecuentemente uno de estos consejos de elaboración propia. Para ser más exacto, tengo varios franceses a mi cargo en el laboratorio. Siendo la francesa la sociedad más hipócrita que he encontrado en mi corta vida (indeseable de nuevo), es muy habitual que mis colaboradores vengan a verme con el cuchillo entre los dientes criticando lo que (no) hacen, cómo son, cómo andan, la supina ignorancia o la existencia de François, Jules o Marie-Pierrette, que suelen ser compañeros de comidas y desventuras del crítico de turno.

Mi primera respuesta ante éste tipo de críticas es invitar a una conversación franca entre los dos afectados para intentar resolver el problema. Me ha llevado un tiempito comprender que las conversaciones francas, y mucho más si incluyen una crítica directa, son absolutamente incompatibles con haber sido criado en Francia. Yo sigo insistiendo con la recomendación, aunque ya sé que la respuesta que voy a obtener va a ser un "oui, oui" acompañado de una caída de ojos hacia la izquierda muy característica. Como digo, la conversación franca no ha ocurrido nunca hasta hoy. Me ha llevado un poquito más de tiempo comprender que en realidad el ser humano francés precisa del conflicto interpersonal y de la queja perpetua para sentirse realizado. Así que por lo general no le doy mayor importancia a estas situaciones pero cumplo muy ufano mi obligado papel de jefe conciliador, que me va en el sueldo. Por otra parte, ya no me sorprende que crítico y criticado (que muy frecuentemente suelen intercambiar papeles) parezcan tan amigos en la máquina de café.

Se puede decir que la crítica vacía, sin ningún ánimo de hacerla constructiva y desde luego sin ningún tipo de acción detrás es una necesidad para mis colaboradores franceses. He aprendido a vivir con ello y no pienso malgastar mis fuerzas intentando cambiar tradiciones milenarias. Sin embargo, soy del tipo de indeseable que cree que con un esfuercito de cada uno podemos hacer la convivencia humana un poquito menos desagradable. Y ahí viene el consejo que tanto repito. Ejemplo práctico: "Adolfo, no puedo soportar a Clémence porque en cada reunión, sin venir a cuento, enumera las leyes de Fick, las enumera mal y además aparca su coche muy pegado al de los demás". Después de invitar a una conversación franca sobre la pedantería, las leyes básicas de la difusión y el código de circulación, Adolfo hincha el pecho, pone tono cómplice (estoy pensando incorporar la mirada por debajo de las gafas, así en modo relojero que conversa) y dice: "Por otra parte, te diré que mi corta vida me ha enseñado que es mucho más fácil mejorar como persona si en vez de intentar imitar las virtudes de las pocas grandes personas que te encuentras en tu existencia te dedicas a evitar los defectos de todas las que conoces, sean buenos, malos, indeseables o incluso grandes personas". Así, como si fuese Lao Tse, o Martin Luther King. Sin duda, cuando cumpla unos cuantos años más, cerraré la frase con unas palmadas en la espalda. No puedo esperar.

Para que el consejo tenga el efecto deseado, que es que mi interlocutor pase de la fase de sorpresa y desagrado ante el indeseable que te da consejos a aplicar la recomendación para que la raza humana alcance el nirvana pronto, lo acompaño de unos cuantos ejemplos que he aplicado a lo largo de mi vida:
- Tuve una jefa que era (supongo que es) una tirana. Una ignorante de primer orden. Una engreída que hablaba siempre con una falsa superioridad insultante (literalmente insultante). Gracias a ella aprendí que la gente de mi equipo, que confía en mí, se merece el mayor de mis respetos. Por ella aprendí a decir "no sé" y a felicitar a mi gente por sus logros. Ella me enseñó a escuchar y valorar a quien trabaja para mí.
- Tuve un jefe que era (supongo que es) un hipócrita, un encantador de serpientes, un aprovechado y un trepa. Una persona odiosa que jamás confió en mis capacidades científicas ni profesionales. Gracias a él aprendí que la ética laboral es importante para uno mismo y para tus compañeros, pero imprescindible para quien te considera jefe. Él me enseñó a ser justo y a animar siempre a dar un paso más, a confiar y dar confianza en las posibilidades de crecimiento de los que me rodean. A encontrar placer y no pesar en ayudar a quien trabaja conmigo. A defender y a apoyar a los miembros de mi equipo. A ser honesto con ellos. A no prejuzgar.
- Esos son ejemplos fáciles, de gente odiosa. Suelo poner otro más difícil, de un virtuoso, para que se comprenda el potencial beneficio de mi consejo. Mi padre (lo siento, papá) es la persona más honesta, justa, educada, respetuosa y responsable que he conocido. Sé que no voy a llegar nunca ahí. Sin embargo, hasta el día que se retiró, llegaba de trabajar a las ocho y se ponía a cenar delante del ordenador, para seguir trabajando. Por él salgo cada día del trabajo a las cinco y media para estar con mi familia y cuando llego a casa el móvil se queda dado la vuelta en una esquina del salón.

Esos tres ejemplos, suelo decir, han sido importantes para hacer mi existencia completa y muy feliz y tener una carrera profesional exitosa, al menos de momento. Hay muchos otros que a veces utilizo, y a los que aprovecho para agradecer por hacerme intentar ser mejor persona: a los mentirosos compulsivos, a los desleales,  a los antipáticos, a los manipuladores, a los violentos, a los irresponsables, a los gritones, a los pedantes, a los presuntuosos, a los presumidos y a los desagradables que se han cruzado en mi camino, a los trabajadores de correos, a mi casero en Irlanda, a los empleados de las embajadas y consulados de España, a Cristiano Ronaldo, a los políticos de mi país, a la maleducada del quinto y a tantos otros.

Con algunos de estos ejemplos me aseguro de que mi interlocutor comprende bien a lo que me refiero y espero que lleve a cabo un ejercicio que es muy simple y que ayuda mucho. Y lo digo en serio. Sin embargo, mientras escribo, me invade la duda. Es posible que en un futuro mis colaboradores continúen propagando mi consejo pero utilicen un ejemplo que empiece así: Tuve un jefe que era un indeseable que se dedicaba a dar consejos sin que se los pidieran, y encima te daba una palmadita en la espalda...

No hay comentarios:

Publicar un comentario